Quién Gana y quién Pierde en Competencia
Desde muy jóvenes, desde que estamos en la escuela nos vemos sometidos al espíritu competitivo de compañeros, de maestros y también de nuestros familiares.
Cada mes, cada semestre y cada año ubicamos un lugar numérico de arriba hacia abajo en la lista de las calificaciones, a su vez aparecemos en la tabla de resultados de los torneos deportivos y también en la lista de popularidad de la conciencia colectiva.
En cada una de estas listas hay ganadores y otros que no lo son tanto, por no decir otros adjetivos más bien suenan peyorativos.
Manuel ocupó el noveno lugar entre cuarenta y seis estudiantes que formaban la lista de calificaciones del tercer grado en el mes de noviembre.
Luisa y su equipo son subcampeonas del torneo de volleyball de invierno.
Daniel, aunque no figuró como destacado en ninguna lista académica ni deportiva, sigue siendo «el chico más popular» de su generación, según lo corroboran tanto él mismo como algunas chicas que apoyan su opinión.
Todos ocupamos una posición buena, regular o mala en alguna lista,
y ese espíritu de aspirar a ocupar un sitio privilegiado en esas listas será la tónica que prevalezca hasta que nos hagamos adultos.
Seamos o no competitivos, nos guste o no competir, algunos siempre estarán en competencia con nosotros, aunque no nos interese medirnos en su campo, o en algún tema o destreza en particular, esto siempre es así, en todos lados.
A mí me parece que para poder precisar con justicia quién es un ganador, un ganador en determinado tema, primero tendríamos que establecer qué se gana, o qué está en disputa, cuál es el premio y quién lo otorga.
Y, también hay que perfilar a esos oponentes a los cuales pretendemos o queremos vencer,
y aunque los tengamos perfectamente bien ubicados como competidores o retadores potenciales, preguntémonos:
¿Ellos o ellas también están en competencia con nosotros?
¿Éstos -digamos contendientes- están de acuerdo que nuestra victoria es legítima bajo nuestros mismos parámetros de medición?
Por qué por allí hay gente que por ejemplo,
presume de haber pisado no sé cuantos sitios y ciudades, y en la práctica cultural desconoce totalmente todos esos sitios, como si pasó veinte veces frente a una estatua de Rodin sin saber que lo era,
¿Es este viajero mejor que otros que no han viajado tanto?
¿Qué está ganando en relación con sus entre comillas adversarios viajeros?
¿Cómo se define a un ganador?
¿Porqué algunos se presentan a sí mismos como winners?
¿Qué es lo que supuestamente han obtenido y que desean que los demás les reconozcan?
¿Realmente qué están superando y demostrando en la práctica?
Estos son cuestionamientos medio filosóficos y un poco complejos para poder desarrollarlos con objetividad.
Yo creo que para que alguien gane otro tiene que sentir, creer y lo más difícil “admitir” que ha perdido, desde niños es así.
Juanito quiere la pelota que tiene su vecino de patio, se la disputan con fuerza, finalmente Juanito se la quita y
¿Le ha ganado?
¿Para qué quiere Juanito apropiarse de la pelota si ésta está concebida para ser utilizada por al menos dos personas?,
¿De qué le sirve una pelota de fútbol para un solo niño?
¿Con quién va a jugar entonces Juanito?
Juanito y su vecino de patio están viviendo la paradoja de la vida que les sigue a continuación.
Cuando un jugador de ajedrez amateur juega una partida con un gran campeón del mundo, y este amateur pierde
¿Realmente quién gana o quién pierde?
Allí, según mi perspectiva, el gran campeón pierde, porque ha bajado su nivel dado que su contrincante no le ha exigido esforzarse a fondo.
Y, el jugador amateur aunque haya sucumbido por un rotundo jaque mate, ganó porque subió su nivel de exigencia a costa del gran campeón, entonces
¿Quién es el ganador y quién el perdedor?
Cuando dos equipos de fútbol profesional empatan en un partido regular de liga,
¿Quién gana realmente si uno de ellos maneja un presupuesto anual de 12 millones de dólares y el otro en cambio funciona con más de 250 millones?
¿Qué gana un peculiar y hábil bloguero -que solo tiene un año publicando- cuando posiciona la entrada de uno de sus artículos en el primer lugar de las búsquedas de Google?
¿Llegará a generar mucho más ingresos que otros blogueros que vienen por detrás en la página de resultados, quienes llevan mucho más años publicando sobre el tema?
¿La empresa que paga por posicionarse hasta adelante es mejor que el peculiar bloguero?
¿Este peculiar bloguero va a tener más influencia en el medio equis que los más veteranos?
¿Es mejor su contenido solo porque el algoritmo del principal buscador lo ha decidido así?
¿Qué distinciones se merece sobre el resto de blogueros de su ramo?
¿Le van a otorgar un Premio Pullitzer a este peculiar bloguero?
¿Se merece que se invente un premio especial para él?
¿Vale realmente su artículo cuando el resto de blogueros de su medio lo califican de mediocre solo por envidia?
¿Qué y cómo escribe este peculiar bloguero para haber logrado el favor de Google más que para ganarse la admiración del jurado de algún Premio Nobel?
El que engaña no gana ni pierde
Por otro lado, cuando una persona engaña a otra aprovechándose de su inocente credulidad ¿Realmente está ganando? No no, una está abusando de la nobleza de la otra, y:
¿El hecho de saber engañar lo hace a uno más inteligente?
En cualquier medio o industria se gana y se pierde
¿De qué le hubiera servido al equipo fútbol francés ganar la Euro copa del 2016 cuando ellos mismos habían lesionado tempranamente al mejor jugador de sus contrincantes portugueses, Cristiano Ronaldo?
Al final por justicia divina ganó Portugal, pero
¿Si hubiera ganado Francia se sentirían Campeones de verdad?
¿Valdría la pena estar pregonando que son los número Uno después de lo que hicieron?
¿Qué gana realmente el usuario de Ínstagram que alcanzó 100,000 seguidores pregonándolo como un acontecimiento prodigioso? (prodigioso e inverosímil para él o para ella).
Lo malo no es que ese triunfador se sienta como tal, lo grave es que los que no llegamos ni a cinco mil followers compremos la idea de que carecemos de algún valor en comparación con el otro.
Y siendo consistente
¿Este portentoso ‘Instagramer’ también va a declararse como ‘un enorme fracasado’ comparándose con Kim Kardashian, Kylie Jenner o Ariana Grande quienes tienen millones de followers?
Si Yo siento o estimo que le he ganado a Fulano, y a él realmente no le importa o ni siquiera se ha enterado que le gané, por ejemplo:
Lo vencí acumulando más revistas de superhéroes, y además Fulano no reconoce los parámetros con los que Yo me rijo para proclamarme el número uno, ¿Realmente le he ganado?
Hoy en día, sobre todo en los Estados Unidos, en los medios digitales, las redes sociales están sobre saturadas con auto-nombrados personajes públicos que utilizan la presunción como fórmula para granjearse la admiración y el respeto de los demás, para ser considerados únicos e inigualables.
Cuando un auto nombrado Influencer declara públicamente lo que ha ganado económicamente con determinada campaña, o con equis acciones que ha realizado,
¿Qué gana y quien pierde con hacerlo?
¿Quiere que los demás le admiren para comprarle su fórmula del éxito? O en su caso, ¿a quiénes les ha ganado?
Y, ¿Perdieron aquellos que le ayudaron a acumular dinero, sobre todo si no lograron los mismo resultados después de comprarle su fórmula?
¿Fracasaron los otros influencers de su medio?
Y aunque el autonombrado influencer confiese abiertamente su sencillez y generosidad al brindarnos números tan espectaculares, ¿Qué valor aportan esos números?
Quién gana realmente cuando un profesional rompe su propio récord y nadie más hace el más mínimo esfuerzo por al menos llegar hasta la mitad de sus logros.
Allí gana solo uno, en solitario,
porque solo éste lo cree así, y a los demás o no les interesa o no les impresiona o no quieren admitirlo.
Por eso muchos tienen que salir a pregonar lo que solo ellos entienden como éxito y hasta pagar campañas en Facebook y Youtube para avisar que son prodigios irrepetibles.
¿Qué obtiene alguien declarándose abiertamente como una de las personas más influyentes de un sector determinado?
¿Existen otras personas en el mismo medio que se sientan desplazadas por el gran impacto de este fatuo? y,
¿Están todos de acuerdos con su declaración de liderazgo?
¿Los otros profesionales que a juicio de este personaje no son tan influyentes son en la práctica unos perdedores?
Y, esos «supuestos perdedores» podrían o deberían declararse como por ejemplo así:
-Yo soy un medio influencer en tal industria.
-Soy un profesional medianamente reconocido en equis sector.
-Yo soy uno de los peores destacados en el mundillo que lidera ese influencer que Dios creó con tanto acierto.
-¡Qué gusto es ser uno de los menos reconocidos en ese medio que cuenta con alguien tan importante!
-¡Qué placer es ser el tercer escudero de Don Quijote! Qué gusto es ser considerado el Sancho Panza de la industria equis.
¿Realmente se gana o se pierde con presumir?
Lo que Yo aprecio medio mal no es tanto que unos sean presumidos, lo que veo más grave es queramos o aceptemos entrar en competencia en el juego que otro u otros más se han inventado, esto equivale como a comprarnos problemas y disputas sin sentido.
Asumir estos roles competitivos que alguien más nos invita a seguir se podría deber a una falta de criterio o a una baja autoestima, y pasa en cualquier lado, en tu oficina, en tu casa y con tus amigos.
Con toda esta reflexión, no he querido dar a entender que critico el hecho de que alguien ocupe un lugar destacado en una lista, incluso tampoco censuro que alguno logre el primer lugar en nuestra lista personal, o en la mía,
lo vulgar es que queramos hacerla pública con fines irrelevantes;
lo despreciable es que pretendamos disminuir a los demás con nuestro exclusivo punto de vista.
Lo molesto (para los otros) es que les echemos en cara nuestra supuesta superioridad en una lista que solo nosotros avalamos.
«Si usted y Yo corremos del punto A al punto B, y usted llega primero, ¿quién es mejor? Y la respuesta es: Nadie, nadie es mejor que el otro, la competencia no tiene ningún sentido».
-Facundo Cabral (1937-2011)