La atención que todos requerimos
Hace tiempo que en la cabeza me viene resonando una y otra vez ese curioso dístico, o estrofa poética que el escritor argentino Jorge Luis Borges utilizara como uno de los epígrafes en su libro ‘El Hacedor’, obra publicada por primera vez en 1960 donde escribió un conjunto de poemas, ensayos y relatos, el cual tenía un tiempo queriendo desarrollar con mi particular visión para una de las entradas de este blog y podcast.
Y, concretamente dice así:
«Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach».
Esta pequeña composición poética, cumbre de la literatura universal, resumida en solo dos versos ha generado muchísima polémica a lo largo de los años entre los versados en la literatura borgiana,
ya que se ha especulado muchísimo acerca del origen de Matilde Urbach como personaje real o ficticio, tomando en cuenta que Borges tenía una imaginación creativa altamente productiva.
Artículo de M. Urbach ‘revisited’ en El Mundo.
No se sabe a ciencia cierta si Matilde Urbach realmente existió.
En sus obras, Borges creó innumerables personajes entre los que él mismo se proyectaba como protagonista de su vida terrena, y en otros casos al parecer de una vida ficticia, quizá diríamos hasta mística, pero no me voy a meter en un tema que no domino y que además puede resultar un poco rocoso para desarrollarse aquí en este programa de emprendimiento
Así que,,,
Lo que quiero proponerte es mi interpretación puramente personal acerca a la veracidad de Matilde Urbach, al hecho de que ella haya o no existido y a su conexión con Borges y su necesidad de atención.
Sí, a mi me parece digno de proponer como tema que hasta el insigne Jorge Luis Borges tenía una natural necesidad de atención, como la que todos requerimos, cosa que no pudo lograr al menos de la persona que él esperaba con tanto anhelo, y en este verso lo expresa de forma magistral.
Comienza: «Yo, que tantos hombres he sido».
Aquí Borges hace alusión a su idea de la existencia de muchos Borges, el Borges de la infancia, el Borges de la Universidad en Suiza, el Borges que regresó a Argentina, el Borges de los reconocimientos, el Borges de hace un año, el de hoy y el del futuro, el Borges de otras vidas.
Jorge Luis Borges creía que con cada lectura, con cada trabajo que hacía y con cada experiencia él se transformaba en un nuevo Borges, de tal forma que el Borges de ayer ya no es el de hoy, ni viceversa.
Ninguno de todos esos Borges reales o ficticios, todos brillantes, destacados, encomiables y hasta envidiados, ninguno logró ganarse el afecto ni el amor de Matilde Urbach.
Al parecer Matilde Urbach no sentía lo mismo que Borges sentía hacia ella, y así de manera sublime y al mismo tiempo modesta él dejó plasmado su pesar en esa lapidaria sentencia.
Borges era totalmente consciente del enorme impacto de su personalidad en el mundo literario e intelectual, entornos en los que él influía con gran peso, aunque muchos no se lo quisieran reconocer.
A pesar de saberse tan fuerte y respetado en medios de ámbito global (donde todavía no aparecía con fuerza el Internet), sencillo como él era, expresaba indirectamente y con humildad ‘que todos sus méritos y excelencia intelectual NO eran suficientes para que Matilde Urbach lo quisiera y lo amara como él esperaba’.
Aunque el verso concluye en: “no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”,
muchos interpretamos que en lugar de ‘desfallecía‘ bien pudo haber utilizado ‘quería‘ o ‘deseaba‘, pero ya sabemos que él no era de los que resolvía composiciones literarias con adjetivos calificativos de fácil factura.
Es muy probable que el nombre de Matilde Urbach haya sido una invención de Borges.
Me parece que la timidez natural de Borges fue lo que lo impulsó a escoger un nombre fuerte de origen germánico que pudiese tener muchas interpretaciones entre los estudiosos de su obra, y lo utilizó para no aludir directamente a esa chica que no lo favorecía con el afecto que él esperaba.
Borges, a pesar de contar con un ostentoso bagaje de recursos literarios e intelectuales, con los que hubiera podido conquistar a muchas mujeres, permanecía fiel a su imagen de prudencia y sobriedad;
era un personaje discreto y tímido, y utilizó un pequeño dístico (o estrofa poética de dos versos) para manifestar su devoción o ¿por qué no decirlo así?, para expresar el enorme fervor que sentía por una chica que lo tenía prendado en cuerpo y alma, pero que desgraciadamente, o si se puede decir «trágicamente» no le correspondía con su afecto, y probablemente tampoco le prestaba atención alguna.
A Jorge Luis Borges NO lo veo haciendo un acercamiento amoroso de ligoteo directo y digamos descarado/agresivo con la mujer de sus sueños (como es la usanza de hoy en día).
No me lo imagino diciéndole:
-Matilde, tú me gustas, ¿quieres ser mi novia?-, o -¿Qué te parece si empezamos a salir?-, o, -Vamos a probar… ¿te gustaría que iniciáramos una relación íntima?- No, ese no era su estilo.
Y, desafortunadamente para él pero no para la literatura, ese mismo estilo mantuvo su afecto y pasión por Matilde en un poético pero lánguido mutismo.
María Kodama, la viuda de Borges, da cuenta del moderado carácter de su marido en términos amorosos.
Kodama relata que su relación empezó con mucha seriedad, y su matrimonio se formalizó con gran iniciativa y solemnidad por parte de Borges, y, según recuerdo por una entrevista que le escuché a ella, Jorge Luis le sugirió que “deberían anunciar que se iban a casar, para evitar injustas especulaciones hacia ella”, quería proteger su decencia.
Borges no era digamos una persona que exteriorizara visiblemente pasión alguna que no fuese otra que la literatura que el consumía, por tanto es entendible que guardara en total silencio e intimidad el verdadero nombre de Matilde Urbach.
Creo que Borges calló el afecto, el amor y la pasión que le profesaba a Matilde manteniendo su verdadero nombre en secreto, porque sentía con claridad y mucho pesar que ella no iba a corresponderle en la misma proporción, prefirió entonces evitarse el penoso rechazo,
y así, paradógicamente, terminó rindiéndole un insigne tributo personal poniéndole un nombre ficticio a su epígrafe, utilizando una especie de código muy personal para esconder su sentir hacia ella, código que al parecer ninguna mujer logró descifrar.
A mi eso de experimentar una gran devoción en secreto me parece de una tristeza indescriptible,
similar a la de Florentino Ariza, personaje de García Márquez en “El Amor en los tiempos del córela” quien estuvo prácticamente toda su vida enamorado de Fermina Daza sin ser correspondido.
Aquí en el caso de Borges, no se trata solo de el hecho de callar la admiración o el amor que le profesas a una mujer, sino de callar su nombre.
Tuvo eso sí, el gran atino de construirle un mini-monumento literario, pero desde mi particular punto de vista eso fue un desacierto sentimental, una locura, fue un disparate no haber coronado el poema con el nombre verdadero de ella.
Independientemente de que tú te consideres o no una persona romántica,
¿Qué piensas que habría sucedido si alguna de las mujeres conocidas de Borges se hubiese reconocido a si misma como Matilde Urbach?
Yo creo que en principio, ella se habría sentido enormemente halagada, como la musa de un pintor, como ‘La Gioconda’, o ‘La Maja Vestida’, o si quieres ‘La Maja desnuda‘.
Para ella habría sido un honor, y seguramente la relación entre ambos habría cambiado, eso sí, quien sabe si para bien o para mal pero habría producido un efecto que yo entiendo necesario.
En un sentido similar a este mutismo o silencio Borgiano que acabo de contarte,
yo creo firmemente que en algún momento todos callamos o hemos callado no solo el amor que le profesamos a una mujer, o a un hombre en su caso, sino también hemos guardado en nuestra bóveda interna esa admiración que le profesamos a algún amigo, o a determinado conocido.
Casi todos hemos escondido en nuestro fuero interior la inclinación que sentimos hacia el conocimiento, las habilidades o el carisma de tal o cual persona, no se lo expresamos ni en privado y menos en público, y ¿por qué?
¿A qué se debe que silenciemos esa admiración que le tenemos a alguna persona cercana o lejana, una que quizá pertenece a nuestro mismo círculo profesional?
¿Qué nos detiene de escribir o hacerle llegar un comentario halagador a ese personaje del que hemos aprendido algo que nos ha servido?
¿Qué nos evita hablar de las ejemplares virtudes de una persona que puede estar o no presente?
Muchos incluso disfrazan su aprecio o el estupor que les produce determinado personaje con críticas mordaces, con críticas destructivas hacia él o hacia ella; encima se atreven a criticar a quien en el fondo admiran porque no pueden o no saben admitirlo.
Tipos de crítica en el lugar de trabajo
Una pequeña anécdota personal
En alguna ocasión, hace unos años, mientras una compañera de trabajo y Yo escuchábamos como nuestro superior criticaba dura e injustamente a uno de nuestros contratistas, ella, después de la reunión, haciendo gala de muchos años de experiencia me comentó:
-Lo critica porque en el fondo lo admira. Este contratista es todo lo que él hubiera querido ser. Ahora se da cuenta de que preferiría ser un exitoso empresario independiente en lugar de un directivo en esta empresa.
Esta actitud de nuestro director me pareció una ridiculez. Ni siquiera estaba satisfecho con el destacado puesto que tenía, por eso denostaba al contratista.
A este respecto, el novelista y crítico literario Marcel Proust, autor de la serie de libros “En busca del tiempo perdido” dijo:
“A la mala costumbre de hablar de uno mismo y de los propios defectos hay que añadir, como formando bloque con ella, ese otro hábito de denunciar, en los caracteres de los demás, defectos análogos a los nuestros”.
¡Claro!
Construimos críticas para otros con los argumentos que también despreciamos en nosotros mismos, en lugar de admitir que realmente admiramos al otro y que nos gustaría contar con el favor de su atención.
En este mismo programa he hablado en varias ocasiones de la atención que todos requerimos.
Todos aspiramos a la consideración de alguien y en especial a su crítica favorable.
A todos nos gustaría contar con la atención de la persona a quien amamos, de alguien a quien admiramos, de alguien a quien necesitamos cerca.
Esperamos que «ese alguien» nos favorezca con su opinión, que ese potencial cliente nos consuma o nos quiera comprar nuestra marca.
A nivel personal queremos que alguien en específico nos quiera, nos ame y hasta nos desee.
Todo es cuestión de saber llamar la atención.
Creo que el mismo Jorge Luis Borges aspiraba y no sé hasta que punto luchaba por la atención y favores de Matilde Urbach, eso nunca lo sabremos, en este caso solo he estado especulando.
“La vida moderna nos exige continuamente atención”. Piense en todo lo que compite en este momento por llamar su atención: el trabajo que tiene que hacer, las llamadas, los correos que habrá de leer, la televisión, la música y los innumerables sitios web que quiere visitar (considera a todos éstos filtros que haz de vencer). Todos tenemos demasiadas cosas que hacer, y muy poco tiempo para realizarlas.
“La regla número 1 del marketing es que la atención disponible de tu cliente es limitada”.
Y, para captar la atención del otro, tienes que encontrar la manera de sortear todos sus filtros”.
Yo, Gustavo Pérez, agregaría que si para llamar SU atención es indispensable escribirle un poema, que así sea, ¡pero ponle su nombre!.
-Josh Kaufman | Autor del libro ‘Personal MBA‘.