Fábulas de De la Fontaine para Gestión Ejecutiva
En vista de la buena aceptación que han tenido las fábulas que he compartido en otras emisiones de este programa de emprendimiento, un género que hasta hace poco tiempo me parecía, «equivocadamente estar pasado de moda», dado que tuvo su auge de producción allá por los siglos XVI y XVII en Europa, me doy cuenta que estaba en un error, y el rating lo corrobora.
Alguno, naturalmente podría cuestionarse
-¿Qué tiene que ver una fábula, cuyo concepto fue inicialmente concebido para que los niños entendiesen, en un lenguaje sencillo, varios principios morales, con los temas de emprendimiento y gestión ejecutiva, tópicos medulares de este programa de desarrollo?
Aquí puedo afirmar, que estas historias nos muestran con claridad una serie de comportamientos desde diversas perspectivas, tanto de las actitudes ejemplares que todos podemos desarrollar, así como de las actitudes reprobables que también podemos desplegar.
Esas mismas ‘actitudes detestables’ las debemos entender como parte de nuestra propia naturaleza.
Pero que a su vez, debemos saberlas distinguir con el fin de controlarlas y evitarlas en la medida de nuestras capacidades.
Ahora les traigo de nueva cuenta una selección de estos relatos breves que siguen gustando por la la vigencia de sus moralejas, así como por su gran aplicación en la vida práctica.
Me he puesto a la labor de seleccionar y adaptar cuatro fábulas de Jean De la Fontaine, prolífico fabulista francés del siglo XVII, quien es mayormente reconocido por relatos como el de “La cigarra y la hormiga” o “La liebre y la tortuga”.
Espero que estas fábulas de De la Fontaine, no tan conocidos como los otros, te sirvan no solo para tu vida social sino por supuesto para tu vida laboral y también empresarial.
4 Fábulas de De la Fontaine
1. La rana que quiso inflarse como un buey
Cierto día, una rana se topó con un buey, y ésta quedó altamente impresionada por la enorme corpulencia y presencia de ese macho bovino -a esto en el mundo de la tauromaquia le llaman trapío-.
Pero bueno, ¿Cómo no se iba a quedar boquiabierta?, si el huevo de una gallina tiene mucho mayor tamaño que ella.
Así que llena de envidia, trató de inflarse hasta poder igualar el tamaño del fornido animal que tenía enfrente.
Empezó a crecer y crecer.
Y le preguntaba al resto de ranas en el estanque:
-Mirad hermanas. ¿Es bastante mi tamaño? ¿ya soy tan grande como él o sigo inflándome?
-NO,,, le contestaban, todavía te falta.
-¿Y ahora?,,,,,
-Tampoco,
-Y ahora, ¿Ya lo logré?
-Aún te falta volumen-. Le gritaban.
Así que la infeliz rana se hinchó tanto, tanto, tanto, que terminó reventándose.
La moraleja de esta historia:
El mundo está lleno de personas que carecen de la experiencia y de la astucia necesarias para saber lo que tienen que hacer o cómo comportarse en cada momento.
Existen individuos comunes y corrientes que se las dan de grandes señores -o señoras-, pero en su afán por predominar o ser admirados acabarán afectando a su imagen o marca personal.
No existen lidercillos que no tengan sus propios aduladores, ni encontrarán jefes o superiores que no dejen de intentar impresionar a los demás con su egocentrismo.
NO te dejes acomplejar por aquellos a quienes consideras más grandes en algunos aspectos de la vida o el trabajo.
Ten confianza en tus propias habilidades y capacidades, unas que seguramente superarán a muchos en determinados campos o temas, date cuenta de tus fortalezas, pero también de tus debilidades.
2. El león y el mosquito
El león, rey y señor de la selva, ve pasar a un insignificante mosquito y le dice:
-Vete de aquí bicho ruin, engendro inmundo del fango.
De esta forma, el león desprecia al mosquito, y éste, sin pensarlo, le declara la guerra.
Y le dice con toda solemnidad:
-Oye León: ¿Crees que tu categoría real me asusta o me intimida? Te equivocas. El buey es mucho más corpulento que tú y lo manejo a mi antojo.
Así que el Mosquito comienza con su clásico sonido de clarín de ataque. Se hace hacia atrás, toma carrera, y se precipita sobre el cuello del León.
La fiera ruge, sus pupilas relampaguean, se le llena la boca de espuma. Su lucha causa una gran conmoción en la selva; todos tiemblan, todos se esconden.
Y el pánico general no es más que obra de un solo mosquito.
El diminuto insecto hostiga al León por todos lados. Tan rápido le pica en el áspero lomo como en el húmedo hocico, o se le mete en las narices.
El rey de la selva se hiere y se desgarra a si mismo. Se golpea los flancos con su misma cola, azota el aire a más no poder, y su propio furor le fatiga y le abate.
Entonces la rabia del León llega al colmo. Y su casi invisible enemigo triunfa y se ríe al ver que ni los enormes colmillos ni sus afiladas garras le sirven para morderlo o tan siquiera arañarlo.
El Mosquito se retira de la pelea triunfante y glorioso, con el mismo clarín que anunció el ataque. Proclama su victoria.
Corre a publicar por todas partes la noticia de su éxito. Pero desafortunadamente cae atrapado en la tela de una araña, y allí mismo llegan a su fin todas sus proezas.
Las fábulas de De la Fontaine pueden tener varias moralejas:
1) El enemigo más temible suele ser el más pequeño.
2) Después de vencer los mayores peligros sucumbimos, en ocasiones, ante el menor obstáculo, y sucede que nos confiamos. El problema es que pronto y fácilmente olvidamos que nadie es invencible.
3) No menosprecies a los demás, por insignificantes o inferiores que te parezcan, no hay enemigo pequeño.
3. El León y el Ratón.
Este era un pequeño ratón que salió de su madriguera para dar un paseo.
Pero, en el camino se distrajo y acabó en las garras de uno de los depredadores más grandes de la selva, el león, que justo se atravesó en su camino.
El Rey de todos los animales se portó en este caso como quien es, todo un Señor y digno monarca de la selva, así que decidió ‘magnánimamente’ perdonarle la vida al ratoncito.
Nunca se imaginó que la decisión de dejar con vida al ratón acabaría granjeándole grandes beneficios.
Nadie hubiera creído que en algún momento un poderoso león pudiese necesitar la ayuda de un insignificante ratoncito.
Sin embargo, otro día, el león tuvo un serio percance.
Mientras buscaba una buena sombra para echarse a descansar, se internó por una zona llena de árboles, y entonces cayó atrapado en una trampa de red, quedando súbitamente colgado de un árbol.
Esta era una trampa de lo que no podía librarse, por mucho que rugiera estaba totalmente inmóvil.
El ratoncito, que casualmente pasaba por allí, se dio cuenta del problema en el que se encontraba el león.
Inmediatamente trepó al árbol y bajó por la red hasta donde se encontraba el felino, poniéndose a roer una de las mallas, dejando en poco tiempo libre al selvático monarca.
La moraleja de esta fábula:
Es fundamental ayudar y favorecer a todos por igual, no importando su condición social, económica, jerárquica, académica o intelectual.
Esa persona a la que algunos ven como menor, insignificante o despreciable puede en determinado momento ser de gran utilidad para cualquiera.
En todo lo que hagamos y en todo lo que desarrollemos, no hay que mirar tanto por nuestros propios intereses.
Es mejor buscar el beneficio de aquellos en nuestro entorno, porque al final su beneficio seguramente terminará favoreciéndonos en algún momento.
Paciencia y constancia consiguen a veces mucho más que la fuerza y el furor.
4. La lechera
Juanita, la hija de un granjero, acabó sus labores de ordeña, y con un cántaro lleno de leche, colocado sobre el cojinete que llevaba en la cabeza se dirigió hacia el cercano pueblo a repartir el cotizado y blanco líquido.
Caminaba muy rápido, se había vestido con una falda bastante amplia y un par de sandalias de corto tacón, lo cual le permitía desplazarse con más velocidad.
Así, perfectamente equipada iba a paso veloz dirigiéndose a su destino mientras dejaba volar su imaginación. Iba pensando:
¿Cuánto dinero obtendré por esta leche?
Y ¿Cómo voy a emplearlo para enriquecerme?
Primero compraré un centenar de huevos. Luego haré varias tortillas de huevo, si lo hago con gran cuidado todo irá muy bien.
Seguía pensando:
Esto será muy fácil, también me puedo quedar con algunos huevos para criar polluelos en mi propia granja, estos crecerán y tendré muchos mas.
Y, por muy listos que sean los zorros y aves de rapiña, aún así podré criar suficientes como para comprarme un enorme cerdo.
Luego lo engordaré, esto no me tomará mucho dinero. De hecho, cuando compré el cerdo ya estará bastante grande; luego a revenderlo, me dejará muy buen dinero.
Y con tanto ganado, ¿Quién me impedirá meter en el establo a una buena vaca con su becerrillo que brincará por allí entre el rebaño de cabras que también compraré? Y, justo al decir esto, Juanita brinca también llena de gozo.
Entonces, suelta sin querer el cántaro que se acaba rompiendo sobre el suelo, derramando su preciado líquido.
¡Adiós polluelos! ¡Adiós vaca y becerro! ¡Adiós cochino! ¡Adiós cabras!
La dueña de tantos bienes miraba con ojos afligidos cómo su fortuna había sido derramada por los suelos.
Regresó llorando a su casa, a pedirle perdón a su papá.
Moraleja de esta fábula:
¿Quién no se hace ilusiones?
¿Quién no ha construido castillos en el aire?
Absolutamente todos, todos nos hemos hecho ilusiones, desde el soberbio emperador, pasando por el presidente de un país o el fundador de una compañía, hasta la lechera.
Todos, ya sean sabios o locos, todos soñamos despiertos, y es que pocas cosas hay más agradables que soñar y divagar.
Halagadoras e ilusas fantasías se apoderan de nuestra alma, en esos instantes de sueños (ya sea despiertos o dormidos) todos los bienes del mundo pueden ser nuestros: riquezas, honores, fama, propiedades, yates, aviones, coches deportivos y hasta la admiración del sexo opuesto.
Cuando uno se encuentra a solas con sus pensamientos uno se siente tan valiente que puede desafiar al más bravo, o vencer al más duro competidor, u ocupar el lugar de esa persona a quien tanto se admira.
En la propia cabeza uno se puede elegir como líder de otros, como ídolo de masas.
Uno puede creerse que los demás le adoran o le admiran, o que todo mundo nos envidia. Pero, muy probablemente, en algún momento, cualquier accidente de la vida nos volverá a la realidad, y allí nos daremos cuenta que seguimos siendo personas comunes y corrientes.
No tiene nada de malo soñar, ni hacerse ilusiones pero siempre dará mejores resultados ponerse en acción, hacer, empujar, esforzarse, jalar, tirar hacia adelante y después esperar a que los acontecimientos sigan el camino que nos esté destinado.
“Una persona a menudo encuentra su destino en el camino que tomó para evitarlo”.
-De las fábulas de Jean de la Fontaine (1621-1695)