Esta es la historia de Arturo, un joven arquitecto que por azares del destino trabajaba como asistente ejecutivo en la Dirección Inmobiliaria de una empresa de importante tamaño.
El trabajo que nos hace destacar
Como parte de sus funciones, Arturo apoyaba a su equipo aplicando notables destrezas informáticas en una época donde no existían tantos paquetes y aplicaciones de diseño como ahora, esto era a principios de los años 2000.
Sus amplios conocimientos de Autocad, el software de dibujo técnico, así como su gran experiencia con paquetería de Excel, Power Point y Corel Draw lo destacaban como un empleado altamente valorado no solo por su eficiencia y productividad, sino también por su creatividad a la hora de hacer presentaciones de gran impacto.
Antes de ser distinguido entre sus colegas y compañeros por sus útiles y vistosos conocimientos, Arturo primero se dio a conocer por su afán colaborativo, así como por su permanente disposición por contribuir y apoyar a todos los compañeros que pudieran necesitarlo.
Arturo, además de facilitarle el trabajo a sus compañeros de área y de unidad estratégica de negocio, también apoyaba donde era requerido, por ejemplo, auxiliaba a ejecutivos de otras unidades de negocio de la misma compañía.
Arturo se ganó una respetable popularidad interna gracias a que era atento y observador.
Notaba que muchos ejecutivos atravesaban por normales dificultades a la hora de realizar trabajos, especialmente con los distintos paquetes de software que él sí dominaba, por lo que siempre se ofrecía a ayudar a quien veía en apuros.
Arturo tenía una gran sensibilidad para notar quien podría requerir de su saber hacer, esto a pesar de que nunca le quisieran reconocer su esfuerzo ni se lo compensaran económicamente con aumentos de sueldo o bonos de productividad; él invariablemente saludaba a todo el personal con quien convivía y no dejaba de preguntarles si todo iba bien, y les reiteraba que siempre podían contar con él.
Arturo entendía como nadie que solo cinco o diez minutos de su apoyo informático podían representar un ahorro de dos o tres horas de esfuerzo para muchos de sus compañeros, incluso días de trabajo en algunos casos.
El joven asistente siempre iba más allá de sus funciones (aunque no se las compensaran), y utilizaba parte de su tiempo personal para colaborar con su conocimiento en aras de que proyectos de varios departamentos salieran adelante.
Arturo, tal como la mayoría de empleados de su empresa, solía comer en el comedor corporativo, allí donde iban casi todos los empleados de todos los niveles, y entre plática y conversación, siempre se ofrecía para apoyar a quien tuviese algún problema con controles de bases de datos o presentaciones ejecutivas de gran impacto.
A pesar de su gran empeño, Arturo seguía ocupando, desde hace 5 años, la escala jerárquica más baja, sin muchas posibilidades de escalar, pero esto a él parecía no importarle gran cosa.
Estaba seguro de que su trabajo era altamente útil para muchos de sus compañeros, y estaba convencido de que todo esto acabaría produciendo (eventualmente) resultados positivos para su progresión ejecutiva.
Él empezaba a notar que era valorado por algunos directores que se encontraban hasta tres puestos por arriba de su posición.
En una ocasión, después de acompañar al director de su área con una de las presentaciones que dieron en el salón corporativo, después de mostrar las eficientes y llamativas variantes gráficas de un proyecto inmobiliario, donde Arturo iba cambiando datos, como superficies, volúmenes, geometrías y diversas variables a capricho de los espectadores y con resultados financieros inmediatos sobre el panel de presentación, las sensaciones que provocaba en los presentes eran de notable satisfacción.
Al final de la ponencia, uno de los directores de otra de las áreas de negocios, llamémosle de Negocio Industrial, se acercó a su jefe, el director del Negocio Inmobiliario, y le dijo:
«Oye, ¡te felicito por esa presentación!, me ha parecido sensacional, y quiero pedirte un favor:
¿Podrías prestarme a Arturo un par de días de la siguiente semana?, para que me ayude con una presentación que tengo que hacer para unos clientes alemanes?
Te pido por favor que me apoyes porque estos clientes representarían un gran impulso para toda la compañía, en caso de lograr la aprobación del proyecto».
El Director inmobiliario le contestó:
«Por mi no hay problema», y se dirigió a Arturo: «Oye ¿Cómo andas de trabajo para irte un par de días a apoyar con ese proyecto de los alemanes?
Arturo contestó: «Si, sin problemas, allí nos vemos el mismo lunes. Perfecto»,,, y así lo hicieron.
Posteriormente, el Director del negocio industrial, algunos de sus Gerentes subalternos y el mismo Arturo se presentaron puntualmente en el corporativo de la compañía alemana para realizar la presentación del proyecto.
El Director asumió el liderazgo de la reunión, con el notorio apoyo de Arturo, y todo salió de maravilla.
Los clientes alemanes quedaron satisfechos con la presentación, una cuya calidad y fiabilidad les generaba mucha confianza, por lo cual, en poco tiempo, tanto el proyecto como el correspondiente contrato fueron aprobados por los mismos directores desde Woslburgo.
El contrato con los alemanes fue un gran alivio para toda la compañía, pero, a pesar de las buenas noticias, la empresa todavía arrastraba varias dificultades financieras.
Un mes después de la firma del dichoso contrato, el Director de Industria coincidió en una comida de dirección corporativa con el Director de Inmobiliario.
En esa comida se trataron asuntos confidenciales, como los indeseables recortes de gastos, entre estos, también se habló del importante volumen de personal que tenía que ser despedido para acabar de sanear la empresa y eficientar los gastos de operaciones.
Los 3 Niveles de Confidencialidad en el Trabajo
Al final de la comida, el Director de Industria detuvo a su contraparte inmobiliaria, para saludarle y hacerle una breve petición:
«Oye me ha dado mucho gusto volver a verte, pero también siento mucha pena tener que volver a pedirte otro favor:
Después del contrato con los alemanes, me han encomendado un nuevo proyecto, y quisiera saber si puedes prestarme a Arturo; en esta ocasión solo me lo llevaría durante 2 semanas, a nuestra filial en Florida (USA), te prometo que te lo devuelvo lo antes posible».
El Director Inmobiliario, en tono serio y directo le respondió:
«Pero qué no sabías que Arturo ya no trabaja en esta compañía».
El Director Industrial, visiblemente impresionado, y con tono de asombro le respondió:
«Pero ¿cómo es posible?, ¿no me digas que despediste a Arturo? Si primero me lo hubieras informado a tiempo, gustosamente lo habría absorbido en mi área.
En asuntos de recortes eres el pistolero más rápido del oeste. ¡Qué bárbaro!, ¡Qué efectividad con las tijeras!, en mi equipo Arturo tendría total cabida.
«No, no, pero si no lo he despedido. Después de la presentación que hiciste con los alemanes, por lo visto te fuiste y dejaste a Arturo para que recogiera el equipo y material que cargaron al lugar, y por allí lo reclutaron. Ya está trabajando con ellos».
«Oye, pero por qué no lo detuviste, le hubieras hecho una contra-oferta salarial, cualquier cosa con tal de retenerlo».
«Claro que lo hice, pero desconozco a ciencia cierta cuánto le ofrecieron, y no pude igualarlos, tampoco tenía opciones para ofrecerle un puesto de mayor jerarquía porque de por sí voy a tener que pensar en recortar algunos gerentes y no voy a crear otro puesto en medio de tantos recortes.
Te aseguro que hice todo lo que estuvo en mi mano pero fue materialmente imposible retenerlo, de hecho lo felicité diciéndole que en su lugar yo también me habría ido, ahora ocupa una merecida posición ejecutiva que no le podemos ofrecer; además de que le mejoraron todas las condiciones con prestaciones que nosotros no podemos igualar.
Yo también siento su partida. Ahora vamos a ver cómo llenamos el hueco que dejó».
No nos damos cuenta qué trabajo nos hace destacar ni en donde
La anterior historia sucedió en realidad, aunque por discreción profesional cambié el nombre por Arturo, y también el de algunos puestos, agregando ciertos elementos narrativos para que no coincidieran con personas o empresas conocidas.
Esta anécdota tiene muchas moralejas que surgen del trabajo necesario para destacar, pero me voy a concentrar en pocos y breves puntos para no hacer muy largo el podcast.
Moralejas del trabajo que nos puede hacer destacar y prosperar
1.
Lo que desde mi punto de vista he rescatado de esta historia, que a lo largo de los años me ha ido dando una visión del comportamiento ejecutivo y sus azarosas consecuencias en el devenir de los profesionales y empresas, es que no importando las grandes habilidades o experiencias que se puedan acumular, lo que siempre destaca a uno como persona y profesional, lo que le otorga un buen grado de prestigio o marca personal es la actitud de servicio a los demás.
No valen de nada tantas competencias y conocimientos, o lo que uno diga o presuma de sí mismo si no está dispuesto a apoyar a quien lo necesite, aunque no pida o no requiera de nuestra ayuda, incluso aunque nos demos cuenta de que nos critique o que no valore nuestro saber hacer.
2.
Además entiendo que la capacidad de observación en combinación con un mínimo grado de empatía pueden proveernos de una buena visión que nos ayude a detectar dónde podemos ser realmente útiles y dónde tenemos o casi estamos obligados a contribuir al crecimiento de otros proyectos, aunque no nos lo compensen proporcionalmente.
3.
El ejemplo de Arturo nos demuestra que todo trabajo que se cobra es naturalmente entendido como una mercancía, una mercancía que puede ser más o menos valiosa, y no siempre valorada justamente.
Pero el trabajo que no se cobra, ese que se regala o se otorga solo por el gusto de ver la realización del otro ente (persona o empresa) se llama arte, y el arte no tiene precio, es invaluable.
En general, lo que si tiene un precio, como un producto o un servicio, se convierten en mercancía cuando su origen no proviene de la generosidad.
Un trabajo se transforma en una mercancía cuando su finalidad es generar un ingreso, hacer dinero, monetizar, facturar.
¡Y atención aquí! No estoy insinuando que cobrar sea malo, o excesivamente ambicioso.
Todos tenemos que cobrar por nuestro trabajo, así funcionan los mecanismos de esta sociedad mercantilista en la que queremos progresar, y necesitamos cobrar para satisfacer algunas de nuestras necesidades básicas, como comer o tener techo, y algo más.
Lo que quiero dar a entender es que un trabajo que se cobra, especialmente si tiene calidad puede ser altamente valorado, y si además está muy demandado en vista de su escasez podría distinguir con alta categoría a quien lo produce.
Pero una mejor y más rápida forma de distinguir un trabajo, y quizá uno que no sea necesariamente tan creativo, original o disruptivo, es cuando se ofrece con generosidad y sin esperar nada a cambio, el trabajo que se hace «por amor al arte», como dicen en México, no tiene valor y distingue notablemente a quien lo produce y lo da así sin más.
No estoy sugiriendo que regales tu trabajo, ni tampoco que lo abarates; estoy señalando que desde mi personal punto de vista se puede ganar cierto prestigio cuando se está dispuesto a regalar una pequeña parte de lo que poco le cuesta dar a otra persona (a quien sí le resulte un gran esfuerzo poder hacerlo).
4.
Un trabajo bien hecho y con calidad, uno que nos pagan por entregar a tiempo, es una obligación que hay que cumplir, y en pocas ocasiones impacta las conciencias de otros, porque es lo mínimo que se espera de uno como profesional.
En contraparte, el trabajo bien hecho que no se cobra tiene la peculiaridad de que puede provocar un cambio, un cambio de mentalidad, un cambio de visión, un cambio de perspectiva porque llama la atención, y los cambios generan transformación, aunque en la mayoría de los casos sean difíciles de canalizar para ser aceptados.
Pero esa falta de aceptación, o de un justo reconocimiento, no les resta méritos ni puede evitar que quienes provoquen cambios a su alrededor destaquen inevitablemente, y destacan no por tanto por su calidad o por su creatividad, sino por su generosidad, valor que está hoy en estos días completamente a la baja, y allí hay muchas oportunidades.
“El Arte no puede ser mero comercio, también tiene que ser un regalo. Por encima de todo, el arte implica esfuerzo. No el esfuerzo de levantar un pincel o de teclear una frase, pero si la labor emocional de hacer algo difícil, de correr un riesgo e ir más allá”.
-Seth Godin