La Conquista de la Felicidad | 562

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La Conquista de la Felicidad. Frase de la imagen de Bertrand Russell: “No hay razón para que nadie se crea perfecto ni para molestarse demasiado por el hecho de no serlo”.

La Conquista de la Felicidad

He preparado la siguiente entrada a partir de releer el maravilloso libro ‘La Conquista de la Felicidad’, obra monumental que escribió el filósofo, pedagogo, matemático y ensayista inglés Bertrand Russell, me.

Sería imposible compartirles aquí en esta emisión del podcast de emprendimiento este libro en su totalidad, y en parcialidades tampoco sería factible, porque además de respetar los derechos de autor, tampoco sabría por dónde empezar.

A diferencia de otras ocasiones, y tratándose de una obra de estas características,  donde el autor desarrolló variados temas y yo solo he seleccionado algún tópico en particular, para compartirlo aquí en el programa de emprendimiento,

en esta ocasión, me he dado la libertad de seleccionar algunos de los párrafos que yo mismo marqué hace unos años, y que les compartiré sin la estructura rígida que siga a un solo tema, al final todos son parte de ‘La Conquista de la Felicidad’.

La Conquista de la Felicidad (párrafos aislados).

Por: Bertrand Russell

No escribí este libro para los cultos ni para quienes creen que no deben hablar sino de problemas prácticos. Aquí no encontrarán profunda filosofía ni concienzuda erudición.

Mi propósito es hacer algunas observaciones, que me parecen inspiradas por el sentido común.

Todo el mérito que atribuyo a las recetas que ofrezco al lector, consiste en que están confirmadas por mi propia observación y experiencia, y en que han aumentado mi propia felicidad, siempre que he procedido de acuerdo con ellas.

La consecuencia de especular con los negocios es que hay continuas pérdidas de dinero, y continua irritación y malestar.

Por mi parte, lo que yo quisiera obtener del dinero es sosiego y seguridad.

Pero lo que el hombre típicamente moderno desea es ganar más dinero con vista a la ostentación, al esplendor, al deslumbramiento de los que han sido sus iguales.

La raíz del mal está en la importancia que se concede al éxito en la competencia como la mayor fuente de felicidad.

No niego que la consecución del éxito facilita el goce de la vida. Un pintor, por ejemplo, que durante su juventud ha sido desconocido, es probable que sea más feliz al conquistar la fama.

Tampoco niego que el dinero, hasta cierto punto, sea muy capaz de aumentar la felicidad; más allá de cierto punto, no lo creo así.

Lo que sí afirmo es que el éxito no es más que un ingrediente de la felicidad, y que se compra demasiado caro si todos los demás se sacrifican por conseguirlo.

No es posible realizar nada de importancia sin un trabajo continuado y absorbente.

Una vida feliz debe ser en una gran extensión una vida tranquila, porque solo en una atmósfera de quietud puede vivir la verdadera alegría.

El discreto piensa en sus problemas tan solo cuando haya motivo para ello; cuando no es oportuno, piensa en otras cosas, y por la noche no piensa absolutamente en nada.

No quiero insinuar que las grandes crisis, por ejemplo, cuando la ruina es inminente, o cuando un hombre o una mujer tienen motivos para sospechar que su pareja los engaña, sea posible, excepto a unos pocos cerebros excepcionalmente disciplinados, acabar con las preocupaciones en los momentos en que nada puede hacerse.

Es sorprendente hasta qué punto puede aumentar la felicidad y la eficiencia de un cerebro organizado que piensa adecuadamente en el momento oportuno, en vez de pensar desordenadamente en todo tiempo.

Uno de los síntomas de la enfermedad nerviosa que se avecina, es la creencia de que el propio trabajo es enormemente importante y de que sería desastroso permitirse el lujo de unas vacaciones.

La disciplina mental es el hábito de pensar las cosas a su debido tiempo.

Esto tiene su importancia, primero porque posibilita el dedicarse al trabajo diario con menor pérdida de tiempo; segundo, porque consigue curar el insomnio, y tercero porque produce acierto y eficacia en las decisiones.

Cuando algún infortunio nos amenaza, pensemos seria y deliberadamente en lo peor que podría ocurrir. Después de haber afrontado esta posibilidad, podemos encontrar razones suficientes para convencernos de que en definitiva no hubiera sido una catástrofe terrible.

La indiferencia hacia la opinión pública, se interpreta como una amenaza, y la gente hace cuanto está de su parte para burlarse de su reputación.
Debería ocurrir todo lo contrario. Toda manifestación de valor, tanto en hombres como en mujeres, debería admirarse tanto como se admira el valor físico en el soldado que arriesga su vida.

Para el hombre discreto, lo que él tiene no deja de ser agradable porque algún otro tenga algo más.

Supongamos que yo gano lo suficiente para cubrir mis necesidades. Yo debería estar contento, pero me entero de que alguien a quien no considero superior a mi gana un salario dos veces mayor que el mío. Inmediatamente, si soy de condición envidiosa, las satisfacciones que debiera tener disminuyen, y comienzo a inquietarme pensando en la injusticia.

Para esto el mejor remedio es la disciplina mental, el hábito de no pensar cosas inútiles. Después de todo, ¿hay algo más envidiable que la felicidad? Y, si yo me curo de la envidia, seré feliz y, por lo tanto, envidiable.

El que tiene doble salario que yo está seguramente disgustado, pensando que alguien tiene dos veces más que él, y así sucesivamente.

Nosotros aspiramos a que todo el mundo nos profese el cariño afectuoso y el respeto profundo que sentimos hacia nuestra propia persona.

No se nos ocurre que no podemos esperar de los otros más de lo que pensamos de ellos, y la razón está en que nuestros propios méritos son grandes y manifiestos, mientras que los de los demás, si existen, solo son visibles para quien los mire con buenos ojos.

Queremos que otros piensen que, a diferencia del resto de los mortales, no tenemos defectos.

Cuando nos vemos obligados a admitir que también nosotros tenemos defectos, nos tomamos demasiado en serio este hecho evidente.

No hay razón para que nadie se crea perfecto ni para molestarse demasiado por el hecho de no serlo.

Y no acabo de pasar páginas y siguen y siguen párrafos subrayados, si pueden, lean “La Conquista de la Felicidad”, nunca lo van a querer prestar.


“La gente convencional se indigna contra quienes rompen todo convencionalismo, porque ven en ellos una crítica de su propia personalidad”.

-Bertrand Russell

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Fotografía de ‘La Conquista de la Felicidad’ de Pixabay.com libre de Derechos de Autor.
Fotógrafo: iqbal nuril anwar

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