¿Cuál es realmente el fracaso?
Minutos después de perder la gran final del campeonato, el Mánager -o Director Técnico- del equipo perdedor, sale a dar unas explicaciones a los periodistas de la abarrotada sala de prensa, unas que más bien parecen justificaciones.
Los reporteros lo increpan, le hacen preguntas incómodas como:
¿Qué le ha dicho a los que fallaron?,
¿Considera esta temporada como un fracaso?,
¿Este es el fin de una etapa?,
¿Usted va a renunciar?
Esta despiadada e inconsciente serie de paupérrimos argumentos anteponen como pésimo precedente que el éxito solo le pertenece a quienes demuestran cómo llegaron a la cima, a quienes son los primeros, a los número uno;
y tristemente borran del panorama a quienes también merecen ser reconocidos por su gran esfuerzo, a pesar de que algunos consideren que han fracasado, o que los conminen inmisericordemente a renunciar, o a dejar de seguir luchando.
En reciente entrada, en la TMP-810, en “Puedes ser el primero en estas acciones”, ya había comentado que desafortunadamente solo los primeros lugares pueden marcar su nombre en la posteridad, en los anales de la historia, en los registros escritos, como el Record Guiness, por mencionar alguno.
Lo que sucede es que prácticamente solo los ganadores son quienes pueden grabar sus nombres en la consciencia del saber popular y en la cultura general.
Deberíamos ir eliminando la idea del fracaso
El ejemplo que puse al principio, uno que tiene aplicación en cualquier deporte profesional, pone de relieve casos particulares de marcas profesionales en función de su alto impacto publicitario,
porque el éxito o el fracaso de determinados equipos y deportistas (de alto nivel) solo son arropados por el vox pópuli que se los otorga (el éxito),
porque son la comidilla de los telediarios y noticias,
y fundamentalmente le importan a una gran audiencia, porque tienen la capacidad económica y mediática de demostrar que se puede ganar el trofeo más preciado, y a su vez también perderse.
Pero, en el entendido de que el fracaso es lo que lleva a esos profesionales al olvido, al ostracismo, a la falta de reconocimiento.
Luego, en la vida más real,
en esa de a pie donde todos luchamos día con día por ser mejores, pero no por ser mejores que los demás sino por alcanzar nuestros propios objetivos y superarnos, por supuesto que en la medida que sea posible allí queremos destacar airosamente.
Pero en la vida común,
el fracaso también está denostado por una sociedad que ve con malos ojos a quienes no logran, o no logramos determinadas metas, mismas metas que un establishment (o conjunto de personas u organizaciones) considera y valga la redundancia establece como obligatorias.
Según los parámetros del típico establishment, «Solo algunos privilegiados tienen reservado el derecho de ser considerados como triunfadores», y el resto se podrían clasificar -indebidamente- dentro del amplio rango de la media, de allí viene la palabra mediocre.
En el mundo ejecutivo,
por ejemplo, cada fin de año, no todos los ejecutivos lograrán el ascenso esperado, o los bonos y compensaciones sujetos a sus buenos o no tan buenos resultados, y en determinados y penosos casos no todos conservaran su puesto, esto debido a su falta de rendimiento.
El hecho de que un Gerente haya ascendido a sub-Director o a Gerente-General, o como quiera que se llame el ansiado puesto, no quiere decir que sus colegas o similares sean fracasados, ni que tampoco éste sea mejor que el resto, todo esto es relativo.
Lo que sucede que no nos detenemos a analizar que quizá este afortunado ejecutivo alcanzo la apetecible posición debido a una favorable combinación de factores que muchos no logran comprender, o no pueden vislumbrar desde su posición, y de allí surgen las inconformidades.
Y, ese hecho, el hecho de ser ascendido, justamente para él, o injustamente para los demás, no le resta méritos a sus competidores, quienes también trabajaron con ahínco, quienes le dedicaron creatividad, regularidad y responsabilidad a todo lo que desarrollaron; y, desde su particular forma de ver las cosas también dieron resultados positivos.
Pero eso sí, el establishment espera de todos los perdedores que respeten sus normas y se apliquen a lo suyo, a continuar desempeñándose lo mejor que puedan.
Ya deberíamos estar eliminando la idea o concepto del fracaso
La escala jerárquica de nuestra sociedad etiqueta distintivamente a los jefes de los subordinados, a los oficiales de la tropa, a los titulares de los que son banca, estas son clasificaciones discriminatorias y no siempre justas que asumen como correctas tanto los de arriba como los de abajo.
Y los de abajo por supuesto que preferirían ocupar el puesto de arriba, básicamente por que el paquete de compensaciones o prestaciones que conlleva una mejoría de puesto es más grande;
pero las circunstancias, injustas o no, clasifican a unos de otros entre buenos y malos, entre los de arriba y los de abajo, entre portar identificación verde o roja, entre pudiente y no pudiente, entre influyente e influenciable, entre adoctrinado y desconocedor, o ignorante.
Solo una licenciada logrará el contrato para cubrir el puesto esperado,
únicamente Pablo será enviado a ese nuevo destino con un ascenso promocional,
solo una profesionista ascenderá a vicepresidenta ejecutiva con derecho a recibir acciones del grupo como parte de sus compensaciones por resultados.
Estos cánones o conjunto de normas y preceptos generalmente aceptados, rigen nuestro criterio para decir quién es bueno y quien no tan bueno.
Esta clasificación llega a tal grado que aceptamos casi sin titubear los prototipos que los más fuertes nos imponen, por injustos que sean.
La cuestión aquí es que a todos nos gustaría ser igualmente reconocidos por el esfuerzo que imprimimos en cualquier trabajo, el que sea que desarrollemos.
Queremos y necesitamos que nos ponderen como buenos a pesar de no haber llegado en primer lugar, o a pesar de no ganar el torneo, o de no haber sido contratados para el puesto tan competido, o de no haber sido premiados por unos resultados, que si no fueron los mejores tampoco son despreciables como para no recibir una debida compensación.
Todos queremos que reconozcan nuestro trabajo, y muchos se lo merecen con creces, pero dócilmente nos ajustamos a unos cánones que a pesar de ser injustos son necesarios para dirimir una clasificación entre el mejor y los demás, entre aquella quien ganó el título y las que lo perdieron.
Eliminando la idea de fracaso en la escuela
A diferencia de los resultados que deben demostrar los empleados de las empresas, generalmente de rendimiento financiero, o de alta productividad, en la escuela por ejemplo, la única y tradicional forma de dirimir quien sabe más que el otro, o quién ha estudiado con más dedicación de quien no le interesa tanto, son los exámenes, los incómodos y obligatorios exámenes.
Allí en la escuela no hay para dónde hacerse.
El que estudió a consciencia y con gran dedicación puede obtener un 10 de calificación en Biología, o en Trigonometría, o en su caso, puede tener un mal día y dejarse llevar por los nervios, o leer equivocadamente las instrucciones, o desconcentrarse durante la prueba por el previo conocimiento de una penosa noticia.
Estos factores condicionan el resultado final, y juegan en contra a la hora de ser el primero de la clase, o el segundo, o el vigésimo cuarto de la lista, ¡eso ya no importa tanto!,
el nombre que se recordará será el del primero de la clase.
Desde la escuela, cuántos padres e hijos hacen esfuerzos sobre humanos por aprobar cada fin de ciclo escolar.
Ya no importa tanto si el hijo culmina el ciclo con buenas o malas calificaciones, lo que más bien se busca es pasar al siguiente período, porque quizá la familia atraviesa por problemas financieros, u otros de índole social que le perjudican al estudiante para poder lograr su mejor rendimiento
Estas condiciones no se toman en cuanta a la hora de reconocer el gran esfuerzo de unos por superarse día con día…
Y similarmente muchos empleados se desgañitan por llegar a sus mínimos niveles de ventas exigidos para conservar el puesto, y no tanto por subir posiciones jerárquicas, sino por llevar dinero a casa, para que coma la familia; y eso es y será siempre encomiable.
Los equipos de fútbol del último lugar de la tabla, esos que cuentan con los presupuestos más modestos, hacen esfuerzos sobre humanos por conservar la categoría, por no caer a la división inferior, una en donde pagan menos;
y la afición no comprende ese esfuerzo que imprimen esos jugadores, a pesar de las severas condiciones y carencias que en muchos casos condicionan su buen o mal rendimiento.
No estoy proponiendo que no se reconozca a los ganadores, o que no se lo merezcan.
Tampoco estoy sugiriendo que siempre ganan unos a costa de los inferiores por injusticia, no, eso sonaría como envidia, como a resentimiento.
Más bien estimo que antes que alabar al número uno, deberíamos empezar por reconocer nuestro propio esfuerzo con objetividad.
Deberíamos entender sin afanes protagónicos, ni prepotentes, que corremos en las mismas pistas contando con diferentes y hasta limitados recursos.
Habría que comprender con empatía y objetividad hasta qué punto el último lugar de la tabla (la que sea) se puede realmente considerar como un perdedor.
Somos muy críticos con los últimos lugares, y denostamos a quienes demuestran un poquito menos que el otro.
Por allí se tiende a contratar a quien tiene un curso más de software, a quien habla otro idioma (aunque no lo vaya a necesitar, o porque solo lo domine al 50%).
Se juzga a la persona por su sueldo, o por sus posesiones materiales (aunque las esté adquiriendo en pagos mensuales), se presume de varios títulos, o de miles de seguidores.
A falta de reconocimientos y aplausos algunos se auto-ponderan como exitosos, y esto naturalmente les resulta perjudicial a efecto de proyección de imagen y marca personal.
Quizá suene repetitivo en cuando a tratar de ir eliminando la idea del fracaso pero:
El problema que entiendo no es tanto el lugar en que nos clasifiquen los demás, o la opinión en la que nos tengan los supuestos gurús de un medio.
Por lo que veo, el principal problema es la percepción subjetiva en la que nos tenemos a nosotros mismos como profesionales en comparación con otros profesionales que se exhiben imprudentemente en las redes sociales,
Y, en la mayoría de los casos, estas desequilibradas comparaciones detienen a muchos de iniciar algo, o de poner en marcha una de sus ideas.
Esta abrumadora presencia de «Nuevos triunfadores» por aquí y por allá desmotiva a otros de empezar a escribir, o de llamar a ese empresario para ofrecerle su idea de proyecto, o de salir a la palestra y demostrar lo que se sabe hacer, en lugar de conformarse con la misma posición en la que se tiene clasificado a sí mismo:
«Cómo voy a destacar si soy el trigésimo cuarto de la lista de calificaciones;
soy el peor vendedor;
contrataron a otro que no se puso nervioso en la entrevista;
no soy bueno para salir hablando en vídeo.
Si me preguntan por ‘el tema equis’ allí me agarran en curva porque no sé nada, pero tampoco tengo tiempo de leer lo suficiente para ponerme al día».
La impresionante dinámica con la que la mayoría de las profesiones y oficios se están montando a las redes sociales expone las al parecer “supuestas virtudes de unos” por encima de las de los demás.
Esta misma dinámica que para mal o para peor expone a quienes son buenos de aquellos que no lo son tanto, es la que desmotiva a quienes están haciendo grandes esfuerzos por progresar, pero que se tienen auto-clasificados en escalas inferiores en comparación con quienes «supuestamente son mejores», o superiores, solo porque explotan desinhibidamente sus grandes dotes comunicativas para proclamarse como los mejores, o los más exitosos.
No esperemos a que venga alguien a cambiar los parámetros del éxito que tomamos como válidos,
no aguardemos hasta que un grupo designado por el establishment dicte los cánones entre buenos y malos.
Aquí fijarse que casualmente éstos basarán sus definiciones de “lo que es bueno” en función de sus características personales.
Tampoco hay que esperar a que nos califiquen, pero mucho menos caigamos en la ridiculez de auto-calificarnos como lo que no somos.
Desarrollemos nuestro propio proyecto, y mientras no existan, dictemos nuestras propias reglas, hagamos un pequeño plan y sigámoslo, no esperemos a que venga un influencer a tomarnos de la mano para decirnos por dónde le parece correcto que empecemos y por dónde debemos continuar.
DEBERÍAMOS IR ELIMINANDO LA IDEA DEL FRACASO, esa que otros nos dictan, y mientras continuemos con la libertad de hacer y publicar lo que nos plazca en el mundo Online, allí no necesitaremos dar explicaciones ni justificaciones de lo que se construyamos, eso sí, con respeto al trabajo ajeno.
«Si evitas el fracaso, también evitas el éxito».
-Robert Kiyosaki