Formas y parámetros de medir el éxito. Una de las inevitables actitudes de los seres humanos es compararnos con los demás. Estamos constantemente midiéndonos con aquellos que son parte de nuestros círculos sociales y profesionales, y lo que es ridículo hasta con aquellos a los que no conocemos. En alguna ocasión, un compañero mío, al escucharme hablar muy bien de un colega que trabajaba en otra compañía, sin conocerlo, me preguntó: Oye, ¿Sinceramente a quién crees que le va mejor a él o a mí? Le dije: ¿y porqué te tienes que compararte con él? ¿eso qué importa? Y además no lo conoces. También me preguntó: ¿tiene estudios de maestría? Y la clásica ¿qué coche tiene?
Creo que este tipo de preguntas, pueden reflejar una serie de carencias interiores, complejos de inferioridad y por supuesto que cierto grado de envidias.
Entonces, las comparaciones y la motivación por alcanzar algún estatus de relevancia jerárquica, académica o social son componentes innatos de nuestra naturaleza humana y no parece que vayan a cambiar muy pronto. Pero, si las comparaciones son inevitables, cuáles podrían ser los parámetros justos que deberíamos utilizar para medirnos con los demás; no podemos entonces evitar compararnos con otros, pero lo que sí creo que podemos es decidir qué criterio usar para medirnos.
Ya he oído a alguno decir por allí: “Yo estoy mucho mejor preparado y trabajo más que cierto cantante famoso, pero no gano tanto”. Bajo determinado parámetro podríamos afirmar que uno es menos exitoso que otros, en este caso los parámetros son la fama y el dinero. Uno podría concluir negativa y amargamente que no es tan guapo como Brad Pitt, ni tan famoso como George Cloney, ni tan laureado como Mario Vargas Llosa, ni tan Inteligente como Stephen Hawking, y lo clásico: ni tan rico como Bill Gates. Bajo todas estas referencias yo claramente no me puedo medir con estos personajes, esta sería una reactiva y destructiva forma de valorar mi éxito y el de cualquiera.
A muchos no les importan estas varas de medir, y mal harían en comprarlas, porque no es justo ni equitativo hacer estas comparaciones. Mucha gente se reconforta ayudando a los demás a mejorar sus vidas, sin que se los paguen o reconozcan, no necesitan tampoco un reconocimiento público.
Entonces, una fórmula para aceptarnos a nosotros mismos, y estar conformes con nuestro desempeño sería escoger nuestra propia medida del éxito. Desde mi punto de vista, no me parece correcto medir mi éxito ni el de cualquiera por la ostentación de bienestar económico, o por el tamaño de la cuenta bancaria. Y creo que no lo digo por envidia, en estos momentos de crisis se lucha más por alcanzar una estabilidad económica personal, que por lograr hacerse con mucho dinero.
Quienes escuchamos a exitosos y renombrados podcasters como Pat Flynn, Amy Porterfield o John Lee Dumas quienes hasta publican mensualmente sus «Estados de Resultados», sentimos que ellos miden constantemente su éxito en función del impacto social y global con el que llegan a influir en cientos de miles de seguidores, a pesar de que publiquen sus ganancias monetarias, yo no siento que lo hagan por presumidos . Esto puede sonar medio arrogante, pero el hecho es que cada quién puede escoger cómo medir su propio éxito, no estamos obligados a medirnos con las varas de los demás, si aceptamos las métricas que otros nos quieren imponer seguramente vamos a ser infelices, porque pueden no ser justas para nosotros.
Nadie nos ha dicho todo esto, ni nos lo han enseñado, no es algo que escojamos en la escuela, en nuestro hogar o en nuestro equipo deportivo.
De hecho, la mayoría de nuestros sistemas sociales y profesionales han generado sus propios parámetros para medir el éxito, y en la mayoría de las circunstancias nos vemos forzados a medirnos con éstos y hasta respetarlos y adorarlos.
Debes estar en el peso que marca la tabla de alturas, debes obtener buenas calificaciones en la escuela, debes hacer mucho dinero, debes vestir con ropa de marca reconocida por tu grupo de amistades o de tu gremio, debes comprar el coche que todos desean, debes acatar tal o cual autoridad, debes casarte antes de determinada edad y tener equis número de hijos.
Muchos de estas varas de medir que la sociedad nos impone, pueden ser útiles para nosotros, pero la mayoría son descartables y tratar de acoplarnos a éstas a rajatabla será seguramente motivo de angustias, frustraciones e inconformidades. Estas medidas del éxito no son absolutas ni obligatorias, pienso que no debemos limitarnos a ellas ni venerarlas tampoco. El dinero es muy útil y saca de muchos apuros, provee bienestar y paga las facturas, pero estimo que no debemos tomarlo como la medida del éxito. Por otro lado, tener poca preparación académica no hace que alguien sea una mala persona, eso no tiene nada que ver con el éxito, asistir a todos los servicios religiosos de una comunidad no hace moralmente a una persona mejor que las demás ni más valiosa, tampoco le otorga mayor decencia.
Cada cabeza es un mundo, y cada uno cuenta con la facultad y el derecho de escoger los parámetros del éxito que mejor le convengan, todos somos diferentes y tenemos escalas de valores muchas veces contrarias, por lo que no debemos dejar que nos impongan otros parámetros y especialmente por respeto no tratemos de imponer los nuestros a los demás porque todos tenemos orígenes, educaciones y paradigmas desiguales.
“No imponer nuestra escala de valores a los demás” bien podría ser una de las bases o principios de la tolerancia.»
Por supuesto, que cada quien podrá tener su parámetro para juzgar desde su particular punto de vista lo que el éxito representa para sí mismo, y así lo debemos respetar .
Me gustaría saber cuáles son los parámetros con que mides tu éxito, cuál es tu propia métrica, no la de tu grupo, la que a ti te gustaría que te reconocieran. Te voy a comentar algunos de los pobres y negativos parámetros de la medida del éxito que he ido escuchando y hasta aceptando a lo largo de varios momentos de mi vida:
Quién puede aguantar tomando más bebidas alcohólicas,
Quién conduce a más velocidad,
Quien tiene más novias o quién liga más,
Quién se avienta más alto a la piscina desde el balcón,
Quién gasta más dinero en artículos de marca.
En esta ocasión, me despido con una cita de Benjamin Franklin.
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