No te enfoques en ser, enfócate en hacer.
No seas un escritor, escribe.
No seas un atleta, entrena.
Existen 2 tipos de personas:
Una que se preocupa en cómo la percibe el mundo,
y otra que se ocupa en cómo cambiar el mundo.
Una persona gana las palabras, y la otra ¡simplemente gana!
Esta ha sido una breve reflexión de Zack Pogrob acerca de la importancia de descubrir esa actividad que nos identifique de manera unívoca con nuestro carácter y personalidad, para luego contribuir a un cambio significativo y positivo en el mundo.
Y aquí te pregunto:
¿A ti te hace feliz esa actividad a la que le llamas trabajo?
¿Encuentras felicidad en el desarrollo de otras cosas?
¿Haz hecho alguna cosa que haya provocado un cambio, aunque sea pequeño, justo en el medio donde te desenvuelves?
La educación contemporánea, me refiero a esa que nos brindan en las instituciones escolares desde los últimos cien años, nos viene queriendo aleccionar y convencer con la radical idea de que ‘el trabajo es el eje principal donde se construye la identidad individual’.
La Felicidad está en los Cambios
Lo utópico sería que cada uno de nosotros nos identifiquemos con el trabajo que realizamos, y mientras lo desarrollemos con decoro, ya sea porque es a fuerza o por voluntad propia, probablemente creamos que esa actividad nos define como personas.
Si nuestras funciones, responsabilidades y resultados (tanto positivos como negativos) nos satisfacen, entonces quizá creamos que hemos alcanzado un determinado nivel de complacencia que pueda entenderse como felicidad, y esto no solo bajo nuestra visión, sino también bajo la perspectiva de los demás.
Pero si nuestra actividad principal, esa que nos genera una remuneración y que sirve para sufragar nuestros gastos de vida NO nos satisface, si la actividad que nos sirve para mantenernos a nosotros y a nuestra familia nos molesta, o nos incomoda, o nos frustra (independientemente de que alcancemos o no resultados positivos), entonces lo más probable es que entendamos que nuestro trabajo no nos define como personas, más bien como autómatas.
Y me refiero a que podríamos ser autómatas porque desarrollamos un «algo» de manera mecánica y programada bajo las directrices de alguien más. Así solo estamos haciendo lo que alguien más nos indica, no lo que a nosotros nos satisface.
La ecuación ideal para ser felices sería aquella en la cual el «factor actividad” que entendemos como trabajo, sea igual al «factor felicidad» que solo nosotros entendemos como tal;
nuestra felicidad entonces no debería ser igual al concepto de felicidad de nuestros familiares, ni de nuestros amigos, ni de compañeros de trabajo.
Cada uno debería abrigar su propio concepto de felicidad, al margen de lo que otros crean o nos quieran obligar a creer.
Nadie que no viva en un estado sin derechos ni garantías individuales debería estar obligado a concordar con el Mainstream, o con lo que es lo mismo, con las corrientes predominantes de pensamiento.
Nuestro trabajo, además de proveernos de unos ingresos necesarios debería proporcionarnos un nivel notable de satisfacción, al menos esa es la meta que todos quisiéramos alcanzar.
No todos pueden lograr que su trabajo los plazca, pero también es verdad que muchos han encontrado en el desarrollo de otras actividades una satisfacción por el hacer, y por el haber contribuido al cambio, al cambio positivo, primero en su persona, y luego influyendo en el entorno inmediato, y con algo de suerte el cambio podría impactar más allá del propio medio.
La felicidad se puede alcanzar provocando cambios
En base a la visión de Zack Pogrob, me atrevo a interpretar, y a afirmar, que las personas o profesionales que se dedican a buscar y provocar cambios positivos dentro de sus propios ambientes de trabajo son los que realmente alcanzan la felicidad, independientemente de que su actividad principal la entiendan o no como trabajo.
Es innegable que los cambios, grandes o pequeños, superficiales o profundos, producen grandes satisfacciones personales, especialmente cuando esos cambios los provoque uno mismo.
«La verdadera vida se vive cuando ocurren pequeños cambios”.
-León Tolstoi