En la Ciudad de México, de donde soy originario, existe un cruce vial muy interesante donde NO hay señales de tráfico ni al parecer orden prestablecido que imponga alguna autoridad de tránsito. Me refiero al cruce del Viaducto Presidente Miguel Alemán con el Viaducto Río Becerra, que circulan en el mismo sentido hasta cruzarse a su vez con las pequeñas y perpendiculares calles de Vermont y Ohio, en la Colonia Nápoles.
Lo que hace tan interesante este cruce es
cómo intentan (dos vialidades de alto tráfico) converger hacia otras dos vías igualmente importantes, el Eje Vial Xola y la imponente Avenida de los Insurgentes; pero, para poder acceder a estas dos últimas es necesario hacer un pequeño recorrido por la diminuta calle de Ohio.
En pocas palabras, una tremenda cantidad de coches salen y entran desde y hacia el viaducto Miguel Alemán, que a su vez recibe abultado tráfico de coches desde Río Becerra en apenas 100 metros de distancia.
Este bien llamado cuello de botella puede llegar a generar un enorme caos vial en las horas pico de tráfico.
Los visitantes o turistas extranjeros que conducen intentando atravesar por primera vez, en cualquiera de los sentidos, se sienten normalmente apanicados, empezando por la notoria carencia de señalamientos tanto verticales como horizontales.
Para los que no han pasado por allí, les comento que no existen marcas en el piso de ningún tipo, ni letreros que indiquen restricción de paso o precaución alguna, mucho menos se ven semáforos ni agentes de tránsito.
Con lo único que se cuenta es con una «Ley no escrita» y autoimpuesta por más 30 años que todos los conductores entienden como válida, yo la llamo:
«La ley del buen criterio y la generosidad de paso».
Muchos años circulé por ese cruce, y cuando tengo oportunidad de regresar a Ciudad de México lo vuelvo a cruzar, y puedo afirmar, sin echar rollo, que allí jamás he visto un accidente de tráfico, al menos no uno de gravedad.
Lo curioso de esta intersección es que a diferencia de otras donde si existen señales y semáforos, aquí no se caldean los ánimos.
Al llegar allí, los conductores relajan sus ímpetus de ‘líderes alfa’, como que están más concienciados a ceder el paso, o en su caso a acelerar debida y prudentemente para atravesar con eficacia y seguridad, respetando al mismo tiempo la integridad y el coche del colega, que también cruza transversalmente.
Me atrevo a afirmar que para cruzar con cierto grado de decoro se necesita calma, pericia, experiencia, reflejos, y sobre todo convicción al volante.
Esta encrucijada de caminos fue construida allá por los años cincuentas, cuando no había esta ingente cantidad de coches.
En alguna época de su larga vida tuvo señalizaciones.
Recuerdo que en los ochentas había hasta policías apostados en motocicletas dirigiendo el tráfico, estacionados en una pequeña isla justo en medio del cruce, ¡Increíble!
En años recientes, digamos en los noventas, se intentaron colocar toda suerte de señales, algunas verticales que acabaron provocando mayor peligro y desorden.
También se instalaron algunos topes convenientemente colocados para provocar los flujos de entrada y salida de tráfico hacia y desde el viaducto Miguel Alemán, intentos que en todos los casos fracasaron, porque provocaban más problemas que soluciones.
Lo paradójico de este cruce en particular es que, se ha llegado a la natural y salomónica conclusión de que funciona mejor sin ningún tipo de dirección, sin restricción ni ley de tránsito alguna.
Resulta ridículo afirmar que cualquier tipo de normativa que allí se pudiese imponer causaría mayor caos y peligro.
Así, sin aparentes limitaciones in situ, el tráfico fluye en una y otra dirección con orden, que por momentos es lento, lo cual no implica un serio peligro para los conductores y sus vehículos.
Pero en los momentos de poco tráfico, la velocidad con la que unos entran y salen es tan alta que podría (allí sí) representar un grave peligro.
Pero al parecer, los conductores están habituados a cambiar de vialidad valiéndose de tres factores:
A) Su destreza,
B) La confianza en el vecino conductor (a quien no conocen personalmente) y
C) En el apego a una ley no que no existe, al menos no por escrito, «La Ley del buen criterio y la generosidad de paso».
Ahora te preguntarás:
«¿Bueno, y para qué me cuentas todo esto?»
A ello voy,,,
En el internet, antes de la dictadura del algoritmo,
especialmente la del algoritmo de Google (ese robot que regula y califica unilateralmente la calidad y valor de absolutamente todos los contenidos digitales que circulan en el ciberespacio), las luchas por el posicionamiento de contenidos se venían dirimiendo como ese cruce de calles.
El productor de contenido que ganaba el paso era el que naturalmente tomaba primero la posición en base a 3 elementos:
1. Velocidad de publicación,
2. Cantidad de contenido,
3. Impacto en su medio, o por
4. El impulso que le otorgaba el tráfico de internautas que consumían su contenido.
Hasta hace pocos años, las mejores posiciones en los buscadores se tenían que ganar y consolidar con el paso del tiempo, pero tampoco eran eternas, había ‘al menos’ que actualizarlas.
En los primeros años de Google, allá por el 2006 y 2008, incluso hasta el 2019, junto a Yahoo y otros buscadores, se entendía que todo era más democrático a la hora impartir justicia.
Todavía recuerdo nítidamente que uno copiaba aleatoriamente cualquier frase de un libro o de un blog, para colocarlo en el recuadro de búsquedas, e invariablemente encontraba esa frase del artículo ubicada en la primera posición de Google.
Y, si por casualidad, ese párrafo o frase también se encontraba exactamente en la segunda o tercera posición, pero de otras páginas web, eso significaba que alguien te estaba copiando el contenido.
Así ya sabías con quién dirigirte, para pedirle encarecidamente que no utilice tu contenido, o que en su caso te otorgue el debido crédito, y hasta que te señale con un conveniente enlace hacia tu página web.
Hoy nada de esto es posible debido al estricto y reglamentado SEO (Motor optimizador de búsquedas) que cada vez se impone más como un cruel dictador, llegando incluso a marcar con mano dura el estilo de escritura que debes utilizar, uno que ya podría ser hasta considerado como un nuevo género literario, tal como la narrativa, la poesía o el artículo.
Lo que sucede es que Google quiere mandar como tirano en todo lo que circule por internet, o al menos en los contenidos que pretenden destacar.
Google indica quién es relevante y quién está en la segunda página.
La tiranía de Google llega a tal punto que dicta hasta cómo debemos escribir; materialmente ha modificado las leyes de la sintaxis y la semántica; está aniquilando las figuras retóricas, como la repetición o el retruécano, entre otras.
Dicho género literario que no tiene nombre, te impone «por narices» satisfacer primero al algoritmo de Google, segundo, al exigente lector o consumidor de tu contenido, y tercero, a ti como productor de contenido que pretende destacar su marca.
Sí, lamentablemente tú como productor, profesional o artista vas al final, porque bajo estos parámetros el gusto del escritor por escribir ‘valga la redundancia’ del tema que más le plazca, queda en último término.
Este orden de importancia, la tiranía de Google dificulta la libertad de producción de un arte,
y por lo mismo destruye la creatividad necesaria para generar cualquier tipo de manifestación del mismo arte, ya sea en forma tanto escrita como en como en vídeo; el audio por el momento, al menos en podcast todavía es más democrático, porque no está completamente restringido por camisa de fuerza alguna, porque las palabras habladas todavía no indexan; que por alguna causa que desconozco, pero intuyo, no han querido que indexen en los buscadores.
El Arte vs la Tiranía de Google
Esto de entorpecer la creación de un arte con fines comerciales es como si le exigiéramos a un pintor que cumpla con estrictos parámetros para sus trazos, o que le indiquemos qué calidades de líneas, tipos de lápices, pinturas, tonos de colores y disposición de elementos debe usar y respetar.
Al final, el pintor va a terminar haciendo un cuadro que no lo satisfaga personalmente, porque lo que prima es tener visibilidad, y lamentablemente la visibilidad se busca, en principio, para provocar negocio, para generar ingresos, o para satisfacer el ego.
Puede que te interese este artículo: Cómo tener Visibilidad donde abunda la Competencia
El arte como causa y origen puede provocar naturalmente un efecto económico en forma de ingresos, y su éxito o fracaso depende de cada creador.
Al revés es más difícil. El dinero como causa, o motivación para provocar un arte que sea rentable es un esquema de negocio más complejo de lograr, pero, hoy en día, éste es el sistema predominante.
Es por eso que por allí (sobre todo en los materialistas Estados Unidos de Norteamérica) se escuchan muchas críticas donde predomina el mercantilismo.
Abundan las criticas a generadores de contenidos porque producen sin obtener un beneficio económico (sic), que porque no tienen un plan o una estrategia prestablecida a seguir (sic).
Este tipo de críticas provienen de la vergüenza de quienes no pueden utilizar sus contenidos para generar los ingresos y posicionamiento deseados, en comparación con los buenos resultados de los creadores a quienes no les interesa tanto el dinero y la visibilidad.
30 Ideas para provocar Creatividad de Pablo Picasso
Volteando hacia el pasado, recordemos que los grandes creadores del arte también sufrieron algunos tipos de restricciones:
El holandés Vincent Van Gogh tenía un estilo de pintura digamos abstracto, uno que no se regía por las leyes del arte predominantes, estilo llamado post-impresionista; fue un estilo rompedor en su época y por lo mismo rechazado por el statu quo, cosa que lo condujo a entender que no tendría muchas posibilidades de destacar como artista, al menos no durante el transcurso de su vida, de allí su frustración.
Van Gogh se resignó a juntar con un grupo de colegas como Paul Gauguin o Edgar Degas, quienes tampoco se regían por la imposición del establishment.
Por su parte, al músico alemán Ludwig Van Beethoven le preocupaba mucho la aceptación de su Novena Sinfonía; por la simple razón de que hasta el momento de su “Premier” nunca se habían incluido coros en ninguna sinfonía. Eso iba totalmente en contra lo convencionalmente aceptado por expertos y hasta aficionados a la música orquestal.
Al final, para gusto y deleite de todos, Beethoven hizo lo que quiso, evitó apegarse a los convencionalismos y allí está el resultado: El cuarto movimiento de su novena sinfonía es en el este siglo XXI el himno que representa a la Comunidad Económica Europea.
Hoy en día, para bien o para mal, nos guste o no, Google es la gran calificadora del Internet, la autoridad máxima de la clasificación de contenidos en forma de lista tipo TOP TEN DEL HIT PARADE, como la de BILLBOARD, es como dicen en España ‘La madre del cordero’.
Si hipotéticamente Google rigiera las normas de tráfico del cruce de Viaducto Miguel Alemán y Viaducto Río Becerra allí habría un desastre vial, seguro que la circulación estaría permanentemente atascada y veríamos muchos accidentes de tráfico.
Solo tendrían preferencia de paso y visibilidad quienes pagaran por ello, o quienes fueran los respetuosos e incondicionales súbditos de las leyes que impone este tirano clasificador y calificador.
Como lo dije al principio, al igual que en el cruce de los Viaductos, para salir adelante lo mejor que sea posible, básicamente en Google donde todo está tan rígidamente reglamentado, se necesita:
A) CALMA (calma para seguir produciendo sin esperar nada a cambio),
B) PERICIA (habilidad en uso del medio correspondiente, sea blog, audio, video),
C) EXPERIENCIA (en la profesión que se pregona), y
D) CONVICCIÓN (en este caso convicción para actuar, para generar el mejor contenido que sea posible, para tener presencia y seguridad, para salir a la palestra, para estar allí cuando otros no están, para aparecerse cuando muchos hacen una pausa, para proponer ideas originales o sugerir alternativas donde hay carencia de éstas).
Los medios digitales son así, especialmente Google; hay cosas y resultados que no se pueden explicar con palabras, solo con acciones.
¿Cómo es posible, dicen algunos envidiosos, que tal escrito o ese mediocre video ocupe sin pagar la primer posición de Youtube?, y YO ni siquiera aparezco en los primeros 10 lugares cuando soy «el experto», «el Goliat del medio», «el Gurú a seguir».
Es prácticamente imposible dar una respuesta a este cuestionamiento si no se han visto ni en fotografía las condiciones y variables del algoritmo de Google.
Para favorecer el Arte, ¿Qué podría tomar en cuenta la tiranía de Google?
Lo único que puedo entender, por experiencia personal, es que Google valora la regularidad de publicaciones y el contenido original.
Google favorece el contenido que no sea la copia de lo que se dice y repite por allí hasta el cansancio.
También me doy cuenta de que el territorio en internet es infinito, y que por más que algunos quieran abarcar mucho, no podrán competir contra varios al mismo tiempo y en el mismo medio.
Puede que te interese este artículo: ¿Cómo publicar con Regularidad?
El espacio en internet para sembrar, cultivar y cosechar cualquier tipo de contenido es infinito, y si tú o alguien crea un novedoso sitio de encuentro (como un espacio en el Metaverso), o genera una idea rompedora, un nuevo producto, una inédita forma de entender determinado concepto, tendrá muchas oportunidades para echar raíces y destacarse como referencia obligada, lo avale o no Google.
Eso sí, el hecho de ser el primer profesional o la primera marca en proponer un servicio o producto novedoso no le asegura a nadie que no le surja una buena competencia que trate de desplazarlo, especialmente cuando el concepto sea probadamente rentable y fácil de aprender.
Allí donde se ve y se luce el dinero es donde más y más advenedizos se dirigirán.
Es factible que las luchas por el posicionamiento de marcas en Google y buscadores similares puedan parecerse a ciertos tráficos viales, donde al parecer impera “La Ley del más Fuerte, o «La Ley del más Rico”.
Pero, en ciertos casos, quizá sea más conveniente seguir trabajando con esa originalidad propia y dejarle el paso a los demás, a esos que viven el imparable frenesí de satisfacer a Google cumpliendo sus continuas actualizaciones y caprichos.
En ocasiones me he preguntado:
¿Qué sucedería si escribo con total naturalidad y originalidad?
Lo más probable es que no alcance ni la tercera página de las preferencias de búsqueda de Google.
Desde mi personal punto de vista, así dirime la tiranía de Google la lucha por la visibilidad:
«Cumples con sus reglamentaciones para posicionarte orgánicamente, o le pagas por estar hasta adelante de “Las Preferencias”,
Pero, aquí la pregunta es:
¿Las preferencias de quién?»
La competencia por el posicionamiento llega a tan alto nivel que hasta las firmas de grandes marcas tienen que pagar por posicionamiento y visibilidad, pagan por estar al alcance de sus consumidores
Google mientras más quiere mandar y reglamentar más desorden provoca, y digo desorden porque no propone los contenidos en orden de calidad ni de preferencias. La única salida que vislumbro a largo plazo es evitar sus normas y tratar de ser lo más original que se pueda.
Las reglas de juego pueden cambiar de un día para otro, así ha venido sucediendo, no solo en internet, también en la economía de los países, en las reglas del comercio: Antes se proclamaba la globalización como la panacea, ahora viene el proteccionismo; restricciones en sentido opuesto.
Cuando el algoritmo de un buscador determina que tomará en cuenta nuevos parámetros para el posicionamiento, los contenidos que una vez destacaban pasan a ser obsoletos.
Pero los contenidos que son digamos “tradicionales”, tal como los coches viejos, los libros de la literatura universal o la música clásica, esos contenidos prevalecerán a pesar del paso del tiempo y de los robots algorítmicos que dictan quién debe ser destacado y quién pasa a formar parte de la oscura página 10 de las búsquedas.
Creo que al igual que el cruce de esos viaductos en Ciudad de México, el internet y sus buscadores funcionarían mejor sin ningún tipo de dirección ni restricción, solo al son de la oferta y la demanda.
“El que es perico donde quiera es verde”.
-Refrán popular