¿Perdemos la capacidad de poner atención?
No se si recientemente habrás notado que cuando quieres tomar la palabra para decir algo, lo que sea y en donde sea, cada vez te es más difícil lograr desarrollar y acabar toda tu idea hasta el final.
Quizá a ti solo te tomaría unos dos o tres minutos exponer eso que quieres comentar, pero quienes te escuchan se distraen con facilidad, te interrumpen, o al menor ruido o vibración atienden su celular o móvil.
Parecerá que exagero, pero esto lo he estado comentado con amigos y conocidos, todos me coinciden que en cada ocasión y en cada conversación batallan primero por tomar el turno de palabra, y segundo, para no ser interrumpidos.
El denominador común de todas las opiniones es que estamos perdiendo la capacidad de poner atención, y esto no solo sucede cuando nos hablan, también mientras atendemos a una clase o cuando observamos alguna presentación en cualquier tipo de medio.
La capacidad de poner atención en otros tiempos
Me acuerdo perfectamente que en mi época de adolescente, ya hace muchos años, me gustaba sentarme en la mesa de conversación de los adultos, y allí podía estarme varias horas.
En principio escuchaba, prácticamente no intervenía. Me gustaba presenciar un buen intercambio de ideas, conocer anécdotas personales, aprender de relatos e historias acerca de experiencias superadas, unas que todos comentaban y debatían, y cuando digo debatían no era a base de gritos ni con interrupciones.
En cada charla, plática o tertulia, al menos en las que yo podía participar, siempre había espacio para que uno u otro opinara, para que cada uno expusiera su punto de vista, y por allí también llegaban a preguntarme mi opinión:
-¿Cómo lo ves desde tu joven perspectiva? ¿Qué te parece tal situación? ¿Estás de acuerdo con mi punto de vista? Y en su caso ¿por qué no?
Me permitían y alentaban a compartir mi visión personal del asunto que se tratara, sin interrumpirme.
No recuerdo que al calor de la plática buscaran convencerme por la fuerza, ni que me obligaran a creer en lo que me decían solo por el estatus que representaban los galones o la jerarquía del expositor.
Cada uno exponía su punto de vista y al final, a mi en lo personal me tocaba recopilar un poco de todo, lo que juzgara interesante, eclécticismo le llamarían los griegos.
Pero, ¿a qué se debe que hoy en día parezca como que la capacidad de poner atención esté disminuyendo?
¿Por qué sentimos como que al hablar tenemos que no solo atraer los oídos de los demás sino mantener su atención con la fuerza de nuestra voz, aunada a la originalidad de nuestro discurso?
Parece como que al hablar tenemos que seguir las reglas de la mercadotecnia o marketing moderno:
1) Atraer la atención con la primera frase,
2) provocar una incógnita antes de la segunda afirmación,
3) cuestionar con razonamientos disruptores,
4) provocar controversia,
5) completar los planteamientos con gestos extravagantes y palabras altisonantes,
6) variando el tono de la voz;
y, todo dentro de los primeros 20 segundos en que se nos permite hablar. No contamos con más tiempo para atraer la atención. Más allá de ese rango empezamos a perder los oídos, las miradas y por ende las cabezas de los contertulios.
Y al tomar el turno para hablar, justo cuando estamos echándonos el postre entre camaradas, vemos que sufrimos la falta de apoyos visuales, carecemos de imágenes impactantes y de gráficas de apoyo.
Para resolver eso tenemos que perfeccionar nuestro lenguaje gestual, y dirigir la mirada a los ojos de cada uno de los que estén sentados a la mesa, como controlándolos para que no se voltean a otra parte, como enfatizando el tono del discurso cuando alguno esté por bostezar o a punto de interrumpir.
Esta casi necesidad de despertar el interés en los primeros veinte segundos, lo que es más corto que un discurso del elevador, exige del comentarista de cafetería una gran habilidad para mantener la atención de quienes le escuchen.
Estamos presenciando una novedosa y puntillosa forma de comunicación informal, vertiginosa y exigente en cuanto a la eficacia del mensaje, pero escasa en cuanto fondo y fundamento.
Ya no nos permitimos tanto tiempo (como antes) para desarrollar grandes exposiciones entre amigos o con los colegas, ni tampoco para escucharlos.
Casi no hay espacio para las llamadas a reflexionar después de una presentación de diez minutos de discurso, esto casi no se ve en una reunión.
Muy pocos aguantan tres minutos escuchando al amigo, al subordinado o al colega de profesión antes de interrumpirlo o de espetarlo.
El libro del ‘Método TED para hablar en público’, el de las populares conferencias TED escrito por Jeremey Donovan, uno de sus organizadores, concluye que después 3500 charlas TED el tiempo ideal de exposición es de 18 minutos.
Tengamos en cuenta que esto sucede en un auditorio controlado, donde como norma predomina el silencio, donde no se puede interrumpir, ni apelar, ni alzar la mano, a no ser que el conferencista se lo indique al auditorio.
Pero, en la junta de seguimiento con tus jefes, o en la reunión de tus ex-compañeros de colegio, o en la sobremesa familiar allí nadie cuenta con 18 minutos de silencio ambiental para poder explayarse con ideas y reflexiones personales,
¿a ver quién aguanta tanto rollo sin interrumpir?
A falta de moderadores y estrictos protocolos de conducta, las charlas informales entre conocidos se pueden convertir en campos de batalla verbales, en desordenes de ideas, en guerras de argumentos que van y vienen sin ser digeridos.
Una y otra vez se lucha por tomar la palabra porque pocos están dispuestos a escuchar lo que el otro o la otra tienen que decir.
¿Por qué parece como que cada vez es más difícil no solo tratar de convencer o de vencer (medio parafraseando a Unamuno) sino simplemente exponer un sencillo punto de vista personal?
Desde mi perspectiva veo que estamos llegando a un punto en donde la comunicación exige cada vez mayor eficacia a la hora de transmitir ideas y mensajes.
Es muy posible que toda esta desatención a la hora de escuchar,
que todas esas réplicas inmediatas que interrumpen sin permitirle a uno acabar lo que quería decir sean solo consecuencia de la vertiginosa influencia que tienen los actuales medios de comunicación, como la televisión y la radio con sus programas de debates, complementados por supuesto por las crecientes redes sociales donde para hablar o contar con la atención de la audiencia se exige del sujeto:
Impacto visual, brevedad de mensaje, creatividad e innovación, calidad de contenido, y si se puede hasta controversia y vulgaridad.
Los mini-videos de Instagram llamados historias o ‘stories‘ y los ‘reels‘ de Tik-tok tienen que (forzosamente) captar la atención a primera vista, en los primeros 3 segundos
Y el resto del tiempo, que puede llegar a un minuto de duración, tiene materialmente que poder absorber la atención del público, quien además te califica como “aceptable” con un corazón, o te comenta y te comparte, si bien te va y en el mejor de los casos te sigue.
Las tendencias de las redes sociales contribuyen a la falta de capacidad para poner atención
La brevedad de los mensajes en redes sociales provoca tal consumo por parte de algunos internautas que se indigestan con brutales cantidades de contenido, unos que en su mayoría no terminan de consumir.
Es como si un niño entrara en una dulcería para dar un solo bocado a todos los caramelos y chocolates sin acabar de digerir uno solo.
La imagen predomina sobre la escritura
En las redes sociales donde predomina lo visual sobre lo escrito apremia la velocidad, también los mensajes cortos, fáciles y pre-digeridos, nada que te haga pensar mucho ni que te promueva la capacidad de atención al detalle, la paciencia y la empatía.
Muchos de los autonombrados ‘Influencers‘ y personajes públicos que exponen sus marcas como los remedios para lograr el éxito imponen su punto de vista, casi no dan espacio para el análisis o la reflexión.
Los debates agresivos sientan precedentes para perder la atención
A diario podemos atestiguar -en programas televisivos- cómo supuestos comentaristas y tertulianos de todas las disciplinas exponen su verdadera educación interrumpiéndose unos a otros por el derecho a ejercer su espacio de tiempo para ser escuchados.
Los más sensatos se callan, pero a largo plazo su silencio no los llevará a seguir en el plató, porque de ellos se espera eso mismo, desorden, distracción, bestialidad, desconexión de ideas, todo lo que en pocas palabras desmotive el potencial del escuchante para generar sus propias opiniones.
Por su parte, si nos damos cuenta, los anuncios de la televisión se han convertido en breves historias que conmueven, impresionan o divierten en menos de 30 segundos, esto no ejercita nuestra mente, al contrario, desmotiva la capacidad para poner atención.
De las imágenes y vídeos en redes sociales #RRSS
Los elementos visuales de las redes sociales, como por ejemplo las imágenes de Instagram tienen que captar la atención a primera vista (justo en el primer ‘slide‘).
Esos contenidos no pueden ir acompañados de grandes párrafos porque ya casi nadie está dispuesto a leer.
Los mismos libros, que afortunadamente todavía se siguen publicando e imprimiendo, se estructuran en párrafos cada vez más cortos. Casi nadie escribe grandes bloques de 20 renglones antes del punto y aparte.
Los mismos ‘pluggins‘ que te ayudan indicándote cómo posicionar un blog en Google (SEO) te califican los párrafos de más de veinticinco palabras como “no aptos” para la lectura.
Esto se debe a que la mayoría de la gente ya no está dispuesta a leer ideas de corrido porque se cansa, se cansa de procesar información, se fastidia de leer una gran variedad de datos para luego tener que conectar unas ideas con otras y aplicarlas a su propia experiencia.
Esta renuencia a tratar de entender evita la comprensión y el disfrute del proceso, evita la satisfacción de sentir la propia evolución mental mientras se van adquiriendo nuevos conocimientos y habilidades.
Nos estamos acostumbrando a consumir contenidos intelectuales pre-digeridos, unos que otros nos proponen solo para que los repitamos por allí y en su caso los imitemos.
Esto no quiere decir que esos productos en forma de contenido sean malos. Pero sí hay que señalar que en su mayoría carecen de elementos que nos ayudan a provocar nuestras propias reflexiones.
Solo nos proveen de supuestas verdades universales que no cuestionamos, unas que creemos a ciegas para luego usarlas para interrumpir a quienes tienen un punto de vista divergente.
Toda esa necesidad de información buena, rápida, útil e inmediata acrecienta nuestro egoísmo, uno que prácticamente nos educa para evitar que tomemos la posición del escuchante atento y activo, del que practica la escucha empática no solo por educación o caballerosidad (cosa que distingue nuestra marca personal) sino por aprendizaje;
porque en la atenta escucha también se enriquece el acervo personal de conocimientos construyendo lo que algunos llaman cultura, cultura general, cultura específica, cultura universal, conocimiento técnico.
Lo que aportas a la conversación es tu Marca personal
Si eres de los que le gusta hegemonizar las conversaciones, ya sea alrededor de una mesa como del otro lado del teléfono, o si te gusta practicar el monólogo como un arte mejor te convendría escribir un libro, o grabar un podcast o un vídeo y colgarlo en Youtube.
Así no serás propenso a ser interrumpido, y lo que es mejor:
No interrumpirás a quienes tienen algo que juzgan interesante para compartir.
“Una conversación entre dos personas son dos monólogos con interrupciones más o menos pacientes”.
-Friedrich Nietzsche