Esta es una historia de Marca Personal que impacta, pero una de otros tiempos, y no precisamente la de algún personaje famoso ni la de un empresario millonario.
Aquí quiero recordar la Marca Personal que me dejó un profesionista quien trabajaba como consultor externo con su propia firma de ingeniería, cuando prácticamente no existía el impulso de las redes sociales, al menos no como proliferan ahora.
Una Marca Personal que Impacta
Este ingeniero, llamémosle el Ingeniero Equis era de la antigua escuela, de la más ortodoxa, de la que hacía las cosas a la usanza tradicional.
Cuando lo invitábamos a participar en algún concurso para el desarrollo del estudio y diseño de algún proyecto de infraestructura, siempre se presentaba con una rara combinación de seriedad y entusiasmo que denotaba un gran profesionalismo.
Diferencia entre Entusiasmo y Pasión
No le importaba la competencia
El Ingeniero Equis Asistía personalmente a las sesiones informativas, y a pesar de que sus competidores se encontraran sentados en la misma mesa de reuniones, siempre contribuía con un montón de preguntas, no le importaba que sus preguntas pudiesen inferir o descubrir su propuesta ejecutiva, no le preocupaba que otros le pudiesen copiar sus conceptos o que opinaran de forma contraria para descalificarlo, casi siempre era el más activo participando.
Teníamos poco contacto personal pero gran eficiencia en el actuar
Luego, una vez que a él se le adjudicaba el contrato, pasábamos a una etapa en la que realmente teníamos poco contacto personal.
No le gustaba asistir a reuniones de seguimiento ni control, decía que poco le aportaban para desarrollar su trabajo, y que en caso de que su presencia se considerara como «indispensable», prefería enviar a uno de sus subalternos pidiendo que a él le disculpáramos.
En las fechas acordadas, enviaba los avances del proyecto con toda puntualidad en sobres de mensajería.
Era poco afecto a hablar por teléfono, eso sí, tomaba las llamadas, pero no parecían gustarle gran cosa.
Un día me confesó que no le gustaba asistir a reuniones porque le quitaban mucho tiempo, él prefería recibir mensajes y ponerse a trabajar, y me lo decía con toda seriedad:
“Discúlpeme pero así vamos a trabajar de forma altamente eficiente, ya lo verá, le prometo atender todas sus preguntas e inquietudes. No crea que lo abandono, y, si no le molesta, se dará cuenta que funcionaremos mucho mejor si me envía sus dudas, comentarios o sugerencias por correo electrónico o por fax, como guste”; entonces todavía se utilizaba ese arcaico aparato de comunicación.
El Ingeniero Equis atendía y contestaba expeditamente cada mensaje que le mandaba, y les ponía tanta importancia que cada fax o carta se foliaba, o sea, él le iba asignando un número consecutivo a cada pregunta y respuesta las cuales archivaba en el anexo final del proyecto ejecutivo.
Allí todo quedaba registrado.
A mi todo esto me parecía fenomenal porque era una forma en la que yo también podía dejar mi huella en la realización del proyecto.
Y en el documento final se podía leer:
«Con fecha tal, el Ingeniero Gustavo Pérez propuso tal cambio, y como esto no implica un aumento del presupuesto ni una pérdida de tiempo, lo podemos incluir con estos lineamientos que son a saber ‘a’, ‘b’ y ‘c’. Sentía que era una forma de darme el crédito por mis ideas».
O en su caso decía:
«La propuesta que realizó el Ingeniero Sutano mereció buena atención y valoración, pero no estamos en posibilidad de implementarla por ‘y’ o ‘z’, -motivos todos bien justificados con cálculos-, no obstante, si el cliente juzga necesario e imprescindible esta actuación haré los cambios pertinentes, pero en el entendido de que éstos arrojarán determinado tiempo de retraso, y/o tanto monto de desfase con respecto al presupuesto inicial».
El Ingeniero Equis registraba absolutamente todos los eventos del proyecto, desde su adjudicación hasta su puesta en marcha.
Allí dejaba todo perfectamente aclarado, quién, cómo, cuándo y dónde. Todo esto quedaba plasmado para la posteridad, para deslindar responsabilidades y justificar las decisiones que hayan dado lugar a discusiones o discrepancias.
¿Dónde está registrado el trabajo que generas?
Una Marca Personal que habla poco e impacta mucho
El Ingeniero Equis no era como dicen hoy «muy carismático» ni «muy dicharachero«, simplemente era parco, práctico y solvente. Aunque hablaba bien en las reuniones, se veía que prefería mantenerse al margen de tomar la palabra solo por hacerse notar; participaba siempre que lo considerara indispensable para aclarar su posición.
Básicamente prefería hablar de todo lo que rodeaba al proyecto, de todos los factores que directa o indirectamente le afectaban, por supuesto para poder tomarlos en cuenta a la hora de hacer sus cálculos, y se abstenía de cambiar el tema de conversación o de ponerse a hablar de sus viajes o de sus conferencias, cosas que no venían a cuento.
Por lo mismo, a un nivel personal era muy serio, no compartía casi nada de su vida privada, no le gustaba salir a comer con los colegas.
Recuerdo que en alguna ocasión mi Jefe le pidió que le diera la dirección de su perfil en Facebook, que en ese entonces era la red social de moda. El ingeniero Equis, diplomáticamente se negó a darle su referencia, y le dijo:
«Discúlpeme, pero yo realmente di de alta mi perfil de facebook solo para comunicarme con mis hijos, especialmente para ver a mis nietos que viven con una de mis hijas en los Estados Unidos. Yo realmente no comparto nada por allí porque me gusta mantener mi vida en privacidad, no encuentro prácticas estas redes sociales para otra cosa».
Según recuerdo, a mi Jefe no le gustó mucho esa respuesta, pero a mi en lo particular me pareció totalmente razonable y respetable.
Hoy de hecho, no sé que haya sido del Ingeniero Equis, pero puedo garantizar que no está ni en Facebook ni en Linkedin, tampoco aparecen sus referencias en Google, y definitivamente no me lo imagino compartiendo imágenes con una piscina de fondo o tomándose una cerveza bajo una palmera.
La Marca Personal que impacta cuenta con el reconocimiento de su industria
A pesar de que en su trato personal era digamos medio huraño, el Ingeniero Equis contaba con un gran reconocimiento del medio de la Industria de la Constricción.
Mis colegas del colegio de ingenieros civiles me confirmaban que este ilustre ingeniero si pertenecía al gremio, pero pocas veces lo veían en reuniones de socialización, hoy llamadas de Networking.
Pero eso sí, cuando tenía que asistir a votar, o contestar acerca de algún tema que requiriera su punto de vista, siempre enviaba su opinión formalmente y por escrito.
A pesar de que no era digamos muy social en su trato, todos le admiraban mucho por su gran profesionalismo; se le conocía por saber respetar a sus competidores, por cumplir con las formas, montos y tiempos que prometía en sus presupuestos, y especialmente por conducirse como un caballero.
Todos sabíamos que era un profesional en quien se podía confiar casi a ciegas, nunca nos iba a fallar.
Y siempre, siempre, respondía por su trabajo, su reputación o marca personal como ahora le decimos le precedía.
En una ocasión, al día siguiente de que se registrara un gran sismo en las costas mexicanas del pacífico, recibí una llamada suya preguntándome cómo habían respondido los elementos que él había calculado. Me pidió que le enviara fotos, datos, información, todo lo que fuera necesario en caso de que esas estructuras hubiesen presentado cualquier tipo de daño. Nunca hubo ningún problema en ese sentido, sus cálculos, al menos hasta el momento que yo andaba por allí, no fallaron.
Una marca personal que impacta NO habla de sí misma
Este consultor, a diferencia de los de hoy, jamás hablaba de sí mismo, y para promover a su firma de ingeniería nunca me dijo «Soy el mejor», o «Somos de los TOP TEN», tampoco presumía: «Yo diseñé tal instalación o determinado edificio», no, no era de ninguna forma petulante, al contrario;
incluso sabía poner límites a su propio trabajo, porque no era lo que se puede decir “un carroñero”.
Me acuerdo bien que en alguna ocasión, el CEO me dijo: «Oye, invita al Ingeniero Equis a que cotice la construcción de tal instalación».
El ingeniero Equis fue totalmente prudente y se negó en rotundo, me dijo: «Mire, Yo solo soy diseñador, incluso supervisor, pero supervisor de mis propios diseños, usted ya sabe que ‘Yo como zapatero a mis zapatos’. Le agradezco su amable invitación, pero no me meto en los terrenos que no domino o en donde no tengo experiencia, además ni siquiera cuento con el equipo necesario para una obra de esas dimensiones».
El ingeniero Equis, a mi en lo particular me parecía «Un fuera de serie», tenía una marca personal que aún me impacta; me daba pena hablarle por teléfono, sentía que si no le planteaba las cosas por escrito podía estarme entrometiendo en su valioso tiempo.
Era de ese tipo de Consultores que hacían SU trabajo, y nunca pretendió decirme cómo tenía que hacer el mío, ni me ponía a realizar sub-tareas, faltaba más.
Aunque, cabe decir que a mí sí que me correspondía ‘en parte’ llevar a la realidad su proyecto, nunca sobrepasó los límites de su injerencia, más bien me conminaba a seguir directrices, normas y leyes de forma correcta y ordenada, siempre con su prudente asesoría.
Nunca me sentí menospreciado por su desproporcionado nivel de conocimiento técnico, ni en ningún momento pretendió decirme que los errores o imprevistos que iban surgiendo como consecuencia natural de los avances de la obra fuesen mi culpa o de la empresa a la que yo representaba.
El ingeniero Equis sabía perfectamente el lugar que ocupaba dentro del proyecto, y en caso de ser necesario, le recordaba con todo tacto y educación el lugar que ocupaba a quien quisiese sobrepasarse con su autoridad o nivel de respeto.
Como ya lo dije, el Ingeniero Equis era un profesional de pocas palabras, y daba su opinión solo cuando consideraba que era indispensable o se le exigía.
Siempre que le enviaba mis puntos de vista, me parecía como que estaba haciendo alguna asesoría con un profesor de la universidad, me sentía obligado a hacerle un buen planteamiento, porque me preocupaba lo que él pensara de mi desempeño, incluso más de lo que pudiesen pensar mis propios jefes.
A diferencia de muchos otros, este ingeniero respetaba mis puntos de vista, aunque seguramente le hubiesen parecido no tan instruidos.
Con todo y todo me hacía sentir bien, porque siempre demostraba un profundo respeto por cada pregunta o planteamiento que le hacíamos tanto mi Jefe como cualquier otro elemento que participábamos directa o indirectamente en el proyecto;
y aunque algunas cosas que mis superiores le comentaban incluso se pasaban de la raya del respeto profesional, porque se sentían llenos de elocuencia desde el punto de vista de que ellos le pagaban por sus servicios, aún así, este Consultor respondía con un total dominio de la situación, con un control de sus propias emociones, y con la seguridad que le daba su autoridad en las materias que le concernían;
apenas hoy me empiezo a dar cuenta que ese dominio aunado a una tremenda seguridad en sí mismo lo erigían como el líder del proyecto, a pesar de que había un CEO y un Director de Proyecto y un Coordinador.
El ingeniero Equis sabía perfectamente que le contratábamos por un determinado conocimiento que aunado a su gran experiencia lo hacían único; poca competencia tenía, y casi podría decir que en muchos casos, sus servicios eran indispensables.
Como ya lo mencioné, él jamás alardeaba de nada, incluso parecía que llevaba una vida modesta, porque al menos exteriormente no lucía ni ostentaba lujos materiales, cosa que le sigo admirando a la fecha.
CONCLUSIÓN PERSONAL
Te he compartido esta historia porque me ha parecido interesante destacar las diferencias entre los líderes de otros tiempos y los auto-nombrados influencers de esta época de Inteligencia Artificial e Insustancial, donde muchos personajes se dedican a proclamar su profunda sabiduría y éxito basándose en el irrisorio andamiaje de las redes sociales.
“Un Jefe tiene el título.
Un líder tiene a la gente”.
-Simon Sinek